viernes, 12 de abril de 2013

"Romeo y Julio" de W. Shakespeare

EL ELIXIR DE VERONA

Aciertos de la intervención a  la pareja heterosexual arquetípica

Por Tomás Rodríguez

Ha llegado a la cartelera porteña y por tal solo tres funciones más (sólo los lunes de abril) “El elixir de Verona”, la versión danzada de Romeo y Julieta, el clásico de Shakespeare, con una novedad: los amantes furtivos serán dos hombres, Romeo y Julio.

Este humilde crítico se abstiene de hablar sobre los aspectos referidos al lenguaje de la danza, los cuales aún permanecen ocultos y misteriosos para él, así que me limitaré a hablar de la obra en cuanto espectáculo.

Antes que nada hemos de remarcar la audacia de la propuesta de volver gay a la pareja más arquetípica de la heteronormativa en materia de parejas famosas. Quienes asistan al Elixir de Verona verán escenas danzadas sentidamente por todos los intérpretes, en especial Federico Amprino y Menelik Cambiaso, quienes componen a unos amantes tiernos, bellos y con toda la ingenuidad de ser jóvenes y enfrentarse a un amor de estas características en una época como la que les toca vivir. La obra cuenta con las hermosas coreografías de Javier Melgarejo, interpretadas por jóvenes de lo más vistosos, aunque quizás al principio pueda ser chocante lo adolescente del ensamble en general. Hasta que uno recuerda “Momento, Romeo y Julieta es una tragedia de juventud, y sus protagonistas tienen solamente 14 años en la versión original”.

La obra ha sido versionada por el director (un talentosísimo joven de tan solo 19 años llamado Juan Cruz Argento) tiene aciertos y desaciertos. El pasaje de pareja heterosexual a homosexual se sostiene hábilmente en el verosímil hasta más o menos la mitad de la obra; bellísimas la “escena del balcón” donde Romeo se le declara a Julio siempre por medio de la danza, y tierno e inteligente el momento posterior donde lo vemos a Romeo nuevamente entre las muchachas que le bailan alrededor, casi seduciéndolo, a pesar de que el ya ha sido flechado por su amante varón. Pero experimenta también una zonas de difícil acceso: por ejemplo, la escena en la que Romeo pide ayuda al Fraile Lorenzo. Pensar que un monje protegerá, apañará, lo que es más, ayudará a vivir su amor a una pareja de varones pecadores es muy poco creíble. El imaginario puede aceptar a un “cura canchero” que no vea justo que dos amantes sean censurados en su amor, pero es difícil pensar que protegerá a dos homosexuales en la Verona del siglo XVI. La escenografía, si bien es “correcta”, no es necesaria y hasta incita a una mejor resolución desde lo escenográfico. Si bien es un poco tentador disponer de un balcón en la archiconosidicima escena del balcón, el dispositivo escénico sobre el cual se proyectan varios lugares a medida que pasa la obra parece restar en vez de aportar, al igual que la voz en off del narrador que irá irrumpiendo en varios pasajes de la obra como si no bastara con los bailarines para contar una historia que, se supone, ha elegido ese lenguaje para avanzar, produciendo así una especie de efecto reiterativo y descolocante.

De cualquier manera, y a pesar de sus deslices, el espectáculo vale la pena; la historia atractiva por demás tiene el agregado de la transgresión, la danza, y acaso el homoerotismo. ¿La perlita? En el diario Veronesera de Verona, ya se habla de esta versión porteña y provocativa del clásico shakesperiano. Excelente comienzo además para su joven director, gran promesa para la cartelera porteña de un mañana no demasiado distante. La romántica y fatal cita es en el Teatro El Cubo, Zelaya 3053 los lunes de Abril.
 

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