Teatro
Sobre
la audacia.
Por Tomás Rodríguez
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Calígula (Damián Iglesias) acecha a Macro (Bruno Pedicone) |
“Más audaz, provocadora y actual
que nunca” se ha dicho por ahí de la nueva puesta de “Calígula”. Sobretodo
varios diarios y portales. Al igual que “transgresor”, “provocador”, “audaz”, y
otras palabras parecidas han estado muy en boga últimamente. Cuando eso pasa en
general las palabras llegan a un punto en el que, si no se las usa
adecuadamente, pierden su valor. Reflexionemos juntos qué quiere decir cada uno
de estos términos:
Audaz: valiente, osado, atrevido.
Transgresor: Se aplica a la
persona que actúa en contra de una ley, una norma o una costumbre.
Provocador: incitador,
camorrista, pendenciero.
Recordemos que esta obra fue
estrenada por Pepe Cibrián en el año 1983, año en que vuelve la democracia a la
republica, y en el que hablar de los excesos y locuras de un tirano autoritario
era hablar del horror que durante los años de la dictadura militar se había
vivido. Un poder oscuro y aterrador se adueñaba de la vida de las personas, y
“Calígula” denunciaba los abusos del poder, la locura del gobernante
autoritario, además de que su contenido erotismo (y hasta homoerotismo) explícito
la convertían en una enorme provocación.
“Calígula” narra la historia y los
acontecimientos más importantes de la vida del peor emperador de Roma, Cayo Germánico,
mejor conocido como “Calígula”, quien con tal solo diez y ocho años fundió Roma
debido a sus excesos de diversa naturaleza. La obra de por si no es fácil (no
tiene por qué serlo). Quiero decir que no es un musical tradicional con principio,
desarrollo y final que suele ser llevadero, haga reír o llorar. El texto no tiene una estructura típica, es
más bien un desfile de situaciones oscuras de la vida del imperator, donde se refleja la corrupción, la lujuria, la
violencia, la mentira y sobretodo (al menos en la versión original del musical
ya que esta vez lo han retocado) la estupidez del pueblo romano (espejo del
pueblo argentino) que cree que eligen un líder que satisfacer sus demandas pero
que los conducirá a la ruina. Lo difícil de juzgar las obras de Cibrián Mahler,
es que son dos creadores que han generado un público adepto, que acepta una
determinada estética, sobre todo en lo actoral, área de la que Cibrián es
responsable de gestionar como director. Hay algo de lo declamatorio y lo
impostado, de la mano agitada en el viento para remarcar y subrayar, algo que
va entre lo Shakespeareano y lo Lorquiano, que tiene que ver con el estilo de
la dupla. Sin embargo, esta vez no se ve el acostumbrado manejo de Cibrián
sobre los actores.
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La pitonisa (Karina Saez) es la encargada de transmitir el mensaje de la obra: "todo vuelve a empezar" |
Es cierto que un brillante
Leandro Gazzia compone a Claudio, tío de Calígula, tenido como bufón de la
corte, con un manejo de la corporalidad arrollador, su cuerpo pareciera ser uno
con una enorme túnica con la que se mezcla y se vuelve ese ser encorvado, jorobado,
y torpe que Claudio tiene la desgracia de ser. Pero luego, lo vemos a Damián
Iglesias. Iglesias es imponente de por sí, posee un físico privilegiado, y el
maquillaje realza unos ojos gatunos que le dan un toque animal a su emperador
romano, una criatura tirana, feroz, loca, pero también tierna y sexy. Sin
embargo, Iglesias empieza dando la sensación de que no sabe bien porque hace lo
que hace (me refiero al actor, no al personaje) y se lo percibe desconflictuado,
exagerado, poniendo la “sonrisa loco” en el momento pautado y el “temblor
epiléptico” cuando hay que hacerlo. Es una pena que su interpretación no sea pareja
a lo largo de la obra, siendo Iglesias un intérprete que ha probado su
potencial en otras obras musicales de la dupla Cibrián-Mahler. Es cierto que
mejora conforme pasan las escenas y se va convirtiendo en ese ser amenazante
que necesitamos que sea. Termina la obra e Iglesias, con su hermosa voz y su
sensual corporalidad, nos ha dejado conformes, más no satisfechos.
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Calígula padece su destino |
Los mismos problemas de actuación
se repiten en casi todos los roles, con excepciones. La gran Gabriela Bevacqua
esta impresionante en esa Drusila sexual, devota y celosa del amor incestuoso
hacia su hermano Calígula. Pero considero que los demás son víctimas de malas
decisiones, todos en un tono de actuación impostado que, como sabemos los que
conocemos a Pepe Cibrián como creador, tiene que ver con un estilo y una
estética particular. No me parece mal, es una cuestión de estilo… hasta que ese
estilo interfiere con una buena actuación. Los actores están presos de una
partitura actoral que les queda áspera. Sea porque no se sienten cómodos con
ella, o porque no logran hacer carne de ese código establecido, o por lo que
fuere. La peor víctima de ese código no del todo afirmado en la escenas es el
propio Iglesias, quien obtiene lo mejor de su interpretación no en la
solemnidad que no parece darle como actor nada sólido como de donde agarrarse,
si no cuando se relaja, cuando parece hablar en un tono más cercano al suyo,
más “como habla uno”. Ahí, en esa naturalidad, el texto y la obra ganan vida y
fuerza, y no al contrario, cuando la forma la asfixia. Todo esto pone a la obra
lejos del espectador. Es penoso, hay mucha emotividad y no siempre logra llegar
del otro lado del escenario, debido a esa gran muralla que es la forma
acartonada.
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Calígula y Claudio (Leandro Gazzia) |
¿La obra es larga? Sí, pero su
densidad no es culpa del texto (que es interesante) si no de la puesta y de los
errores en la dirección. Además, en esta ocasión Cibrián ha optado por hacer modificaciones,
entre ellas, cercenar de la obra un aspecto importante desde su dramaturgia
original: la responsabilidad política del pueblo de Roma, el peso ético que
tiene las malas decisiones de los pueblo cuando eligen corruptos para que estén
a cargo del poder. En esta versión el pueblo está “demasiado avivado”,
demasiado a la altura de lo maquiavélico que es Calígula y eso le resta tiranía
al imperator, lo vuelve “débil”,
Calígula está desinflado, no parece estar “Por encima del pueblo que somete”,
aunque hay que reconocer que el ensamble de fabulosos bailarines, es sensual, bello y seductor, y con su
corporalidad resaltan esa Roma lujuriosa y excesiva, tan bien retratada por la
famosa película de Tinto Brass sobre la vida del emperador. Si bien es cierto
que el pueblo asume diversos papeles dependiendo de la escena, no hay un solo
momento donde asuman el papel de víctima, víctima de la propia estupidez y de
Calígula. Además, el ensamble está todo el tiempo en escena, cosa que dificulta
generar momentos distintos entre sí, sumado a que Calígula se mimetiza
demasiado con ellos, convirtiéndose en un bailarín más por momentos, y el
vestuario de René Diviú, que como concepto es interesante, sexy y anacrónico,
muchas veces no ayuda al emperador a diferenciarse de los otros, cosa que me
parece capital si se quiere hablar de tamaño “hombre-bestia”. Volviendo un
minuto con el tema vestuario, no es la primera vez que Cibrían apuesta por
vestir a los personajes con ropas en su mayoría oscuras, que oscilan entre lo
sugerente y lo roto, mezcla de vestuario de época con media de red, cotas y
mallas, peinado punk, botas, alguna que otra reminiscencia medieval. En esta
oportunidad el vestuario va un poco más que otras veces hacia la época en donde
transcurre realmente esta historia.
El teatro Konex, con su peculiar
estructura de fabrica-depósito de aceites reconvertida en espacio teatral, es
excelente si se pretende hacer entrar al espectador en el universo imponente
que la obra debería tener. En el texto hay algo de fabril, de lugar lleno de
objetos punzantes y ásperos, acaso plausible de tener manchas, líquidos. El
escenario de la sala es también atípico, ambicioso, lleno de plataformas que se
elevan sobre el piso del escenario, compuertas que se abren, huecos. No estoy
seguro de que el uso que se le dio sea el más adecuado. Todo sucede abajo, todo
se mezcla abajo en el piso. ¿Por qué la coronación de Calígula no sucede
arriba, por ejemplo? ¿O la aparición de Cesonia, su libidinosa esposa? ¿O la
canción en donde Calígula se debate entre dormir o contemplar la luna? He leído
miles de críticas de diarios importantes comentando sobre la “brillante
utilización del espacio”. ¿Cuál es el criterio con el que se lo utilizó? Aun no
lo sé. Había alturas, no se las uso. La pitonisa (que por otro lado, uno son termina
de enterarse cuenta nunca de quién es) tiene su espacio privilegiado en un
lejano trono arriba a la derecha bajo dos enormes manos que parecen de hierro.
¿Tiene la pitonisa tanta incidencia como para tener su rinconcito privado? ¿Si hay
un trono no debería ser el de Calígula? Es posible que la lectura que se haya
querido ofrecer sea la de que “el destino”, “la debacle”, o “la muerte” sean
más grandes que el emperador, pero si esa fue la forma de poner eso sobre el
escenario, se hubiera tenido que poner atención en todo lo que vengo diciendo.
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Tiki Lovera en una Cesonia decadente y grotesca) |
La iluminación es acertada, a
cargo del propio Cibrián y Carlos Gaber, que generan climas efectivos a lo
largo de la obra y muchas imágenes bellas y de impacto.
Ahora, quiero poner especial
hincapié en esto último: en la obra hay desnudos. Los actores y bailarines se
desnudan, Iglesias el primero al principio de la obra, develando un cuerpo que,
no puede negarse, es digno de ser visto, y el desnudo final es sin lugar a
dudas impactante y digno de ser aplaudido. Muy bien, se habla de esta obra como
una obra audaz y provocadora, y no creo que lo sea. Creo que lo fue. Lo fue en
1983, lo fue en 2002, y quizás en su anteúltima temporada en el teatro Premier.
Pero esta vez no. ¿Por donde pasa la audacia? ¿Por dónde el provocar? ¿Por
donde la actualidad? No me parece que todo lo que acabo de mencionar tenga que
ver con provocar. ¿Qué es provocar? ¿Un cuerpo desnudo es provocar? ¿El sexo es
provocar? ¿Vestuarios anacronicos es provocar? ¿Es actual esta obra por tener
todo eso? ¿Es audaz? Se podría haber hecho con togas y columnas romanas y sin
embargo esta obra hubiera rebosado de vitalidad llevada de otro modo, porque lo
vital, lo audaz, lo provocador, lo actual, no pasan por estos lugares, por el
desnudo, por el vestuario que mezcla épocas, porque los actores se toquen entre
sí, porque haya escenas de sexo. Audacia es hablar de la libertad, que peligra
como seres similares a Calígula que, como la frase leitmotiv de la obra lo indica, “existen y existirán por los siglos
de los siglos”, ya que “todo vuelve a empezar”. Menos intentos grandilocuentes
por alcanzar la “audacia”, “la polémica”, “la provocación fácil” y
concentrarnos en lo que si provoca. Y ahí, sí, alcanzaremos un teatro audaz,
una mirada audaz, una visión audaz, una experiencia audaz. Pero primero
ocupémonos que el cuento funcione lo
mejor que se pueda, la audacia vendrá después.
Confío en que más tarde, Calígula
resucitará con toda su ferocidad y tiranía, en una puesta realmente audaz,
sobretodo porque Pepe Cibrián y Ángel Mahler son grandes creadores, aun que
está vez no haya sido su apuesta mejor hecha. No es audaz, porque no recupera ese
atrevimiento que supo tener; no es transgresora, porque sus puntos flacos hacen
que se diluya su “Ir en contra”, no es provocador ni camorrero, no nos pega, no
nos trastorna. Qué interesante sería tapar a Calígula y a su corte lujuriosa,
naturalizar su forma de hablar, y subirlo. Subirlo a un pedestal y dejarlo
fluir en su locura y su placer por generar terror, porque eso es la obra; más
allá de un desnudo, más allá de declamar, más
allá. Vayamos más allá, encontraremos la audacia.
Si desean verla, apuren: solo quedan dos
semanas.
La cita es en el Centro Cultural
Konex, jueves y viernes 20.30 hs., sábados 21 hs. y domingos 20 hs.
FICHA TECNICA:
Calígula: Damián Iglesias
Quereas: Diego Rodriguez
Mnester: Nicolas Perez Costas
Claudio: Leandro Gazzia
Drucila: Gabriela Bevacqua
Cesonia : Tiki Lobera
Pitonisa: Karina Saez
Macro: Bruno Pedicone
Esclavo:
Joan Ramis / Juan Damián Benitez
Elenco:
Veronica Pacenza – Cristian Pantanali – Marina Gaud Arena – Gonzalo Quevedo –
Agustín Perez Costa y Caterina Carrara.
Libro y
letra: Pepe Cibrián Campoy
Música y orquestaciones: Angel
Malher
Diseño de Vestuario y
Escenografía : Renee Diviu
Diseño de Luces: Pepe Cibrián
Campoy y Carlos Gaber
Coordinación de dirección: Eric
Baez
Prensa: Patricia Brañeiro
Fotografía : Ignacio Lunadei
Ingeniería de sonido: Osvaldo
Malher
Dirección General: Pepe Cibrián
Campoy