EL ELIXIR DE VERONA
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Aciertos de la intervención a
la pareja heterosexual arquetípica
Por Tomás Rodríguez
Ha llegado a la
cartelera porteña y por tal solo tres funciones más (sólo los lunes de abril)
“El elixir de Verona”, la versión danzada de Romeo y Julieta, el clásico de
Shakespeare, con una novedad: los amantes furtivos serán dos hombres, Romeo y
Julio.
Este humilde crítico
se abstiene de hablar sobre los aspectos referidos al lenguaje de la danza, los
cuales aún permanecen ocultos y misteriosos para él, así que me limitaré a
hablar de la obra en cuanto espectáculo.
Antes que nada hemos
de remarcar la audacia de la propuesta de volver gay a la pareja más
arquetípica de la heteronormativa en materia de parejas famosas. Quienes
asistan al Elixir de Verona verán escenas danzadas sentidamente por todos los intérpretes,
en especial Federico Amprino y Menelik Cambiaso, quienes componen a unos
amantes tiernos, bellos y con toda la ingenuidad de ser jóvenes y enfrentarse a
un amor de estas características en una época como la que les toca vivir. La
obra cuenta con las hermosas coreografías de Javier Melgarejo, interpretadas
por jóvenes de lo más vistosos, aunque quizás al principio pueda ser chocante
lo adolescente del ensamble en general. Hasta que uno recuerda “Momento, Romeo
y Julieta es una tragedia de juventud, y sus protagonistas tienen solamente 14
años en la versión original”.
La obra ha sido
versionada por el director (un talentosísimo joven de tan solo 19 años llamado
Juan Cruz Argento) tiene aciertos y desaciertos. El pasaje de pareja
heterosexual a homosexual se sostiene hábilmente en el verosímil hasta más o
menos la mitad de la obra; bellísimas la “escena del balcón” donde Romeo se le
declara a Julio siempre por medio de la danza, y tierno e inteligente el
momento posterior donde lo vemos a Romeo nuevamente entre las muchachas que le
bailan alrededor, casi seduciéndolo, a pesar de que el ya ha sido flechado por
su amante varón. Pero experimenta también una zonas de difícil acceso: por
ejemplo, la escena en la que Romeo pide ayuda al Fraile Lorenzo. Pensar que un
monje protegerá, apañará, lo que es más, ayudará a vivir su amor a una pareja
de varones pecadores es muy poco creíble. El imaginario puede aceptar a un
“cura canchero” que no vea justo que dos amantes sean censurados en su amor,
pero es difícil pensar que protegerá a dos homosexuales en la Verona del siglo
XVI. La escenografía, si bien es “correcta”, no es necesaria y hasta incita a
una mejor resolución desde lo escenográfico. Si bien es un poco tentador
disponer de un balcón en la archiconosidicima escena del balcón, el dispositivo
escénico sobre el cual se proyectan varios lugares a medida que pasa la obra
parece restar en vez de aportar, al igual que la voz en off del narrador que
irá irrumpiendo en varios pasajes de la obra como si no bastara con los
bailarines para contar una historia que, se supone, ha elegido ese lenguaje
para avanzar, produciendo así una especie de efecto reiterativo y descolocante.
De cualquier manera, y
a pesar de sus deslices, el espectáculo vale la pena; la historia atractiva por
demás tiene el agregado de la transgresión, la danza, y acaso el homoerotismo.
¿La perlita? En el diario Veronesera de Verona, ya se habla de esta versión
porteña y provocativa del clásico shakesperiano. Excelente comienzo además para
su joven director, gran promesa para la cartelera porteña de un mañana no
demasiado distante. La romántica y fatal cita es en el Teatro El Cubo, Zelaya
3053 los lunes de Abril.