Crítica Teatral
CIRCENSE
Habla el horror.
Por Tomás Rodríguez
Antonin Artaud hablaba del “Teatro de la Crueldad”: un teatro nuevo, que no estuviera centrado en la palabra, si no en el cuerpo y en imágenes que trastornara al espectador por su oscuridad, crueldad y horror, apelando al subconsciente, a los sueños, que según Artaud son más reales que la trampa que la razón nos impone. Rechaza estéticas tales como el realismo, y al tipo de vida de la sociedad burguesa y capitalista según él carente de encanto o alegrías, y pretende alterar al espectador para que este se conecte con las profundas zonas de su espíritu que son reprimidas por esa cultura. Pretende un teatro ritual, que regrese a su sentido primigenio. Pura verdad, romper con las mentiras.
Desgraciadamente
para nosotros, Artaud solo teoriza sobre el teatro, pero no nos deja ningún
método o sistematización mediante el cual llevar a cabo lo que él pretende
lograr en la escena; siendo quizás esta su mayor provocación, la de entregarnos
una consigna y a su vez, el desafío de no saber cómo trabajarla.
Muchos
directores, pensadores y artistas han intentado caminos para llegar a esa idea
de Artaud, a ese teatro cruel, de los sueños, donde ni la razón ni palabra
fueran lo más importante. Los resultados han sido diversos. Claudio Gatell
parece ser uno de ellos, que combinando la filosofía artaudiana, con las
ambiciones compositivas de Kantor e imágenes que remiten a la estética de las
películas de David Lynch, nos arroja (porque no la entrega, hace algo
más agresivo que solo entregarla) Circense.
El
espectáculo toma como disparador el cuento Circe
de Cortázar. Toma solamente un aspecto: una extraña y misteriosa muchacha
de familia, un noviecito que quiere su amor y va conociéndola lentamente. Pero
ella es rarísima, oscura.
A partir de
ahí la imaginación vuela, la del creador y la de los espectadores. No se nos dará
nada servido. Las palabras de los personajes no son suficientes para afirmar ni
tema ni suceso durante la obra; estampas siniestras, tétricas, atractivas,
terribles, se suceden ante la vista de los espectadores. Los actores, como
fantasmas, miran a público, se acercan a él, gritan, ríen, caminan en la
oscuridad. Sulfúricos y amargos todos ellos, componen estas imágenes, como si
fueran pintores tridimensionales, incluso virtuosos por su uso del cuerpo:
algunos momentos requieren un cierto control.
Algunos
fantasmas que pueblan la escena, una mujer que es un antiguo recuerdo, el
grotesco personaje del padre de Circe, la madre abnegada, vieja, grotesca; el
noviecito tierno que de pronto es rígido soldado, y Tadeausz, el payaso que
parece emerger de los sueños de Circe, siendo su nombre quizás un homenaje al
inspirador Kantor.
La
corporalidad manifiesta por los actores es precisa, suplanta los escases de
palabras. No porque en el espectáculo no se hable, si no porque las palabras
adquieren un valor relativo al lado de las impresionantes apreciaciones
visuales, de las cosas que ocurren ante los ojos.
Las luces
son pocas pero adecuadamente usadas para lograr los climas que la propuesta exige:
se usan tanto las luces como la ausencia de ellas.
Escasa
escenografía, tan solo una mesa, un armario y una cama: suficientes, no se
necesita más, el resto es su uso, los cuerpos en movimiento y las actuaciones,
todos ellos intervenidos de a ratos por una música que acompaña las
transiciones y resalta los momentos.
¿Provocaciones?
Miles, sobretodo de la mano del payaso Tadeausz, macabro, burlón, libidinoso,
que parece ser el único consuelo de la vida opresiva de la joven Circe, y digo “parece”
porque la obra no afirma absolutamente nada, pasan cosas, no se sabe si ciertas
o falsas, si sueños, recuerdos o verdades, y el espectador le asigna sentido a
esas cosas. O lo intenta, porque se ve avasallado por una escena que lo golpea
y no espera a que se levante del suelo con una respuesta que satisfaga el
desconcierto.
IDEAL para
quienes disfrutan de lo nuevo, lo desconocido, lo poco convencional, lo
sensorial se aprovecha al máximo. ADVERTENCIA: todos aquellos que quieran una
historia con principio, desarrollo, final y que se entienda fácil, abstenerse.
Habrá miles de obras en el circuito teatral porteño que
podrán satisfacer sus ansias de rápido entendimiento, desde la Calle Corrientes
hacia el off del Abasto, Caballito o Palermo. Esta es una propuesta para
lectores audaces y que no temen no saber qué hacer o pensar en una sala de
teatro.
Circe inquieta.
Es cabal que se divulgue la importancia de trabajos que incursionen en este
tipo de estética, ya que hay pocos. El teatro de texto, donde el sentido se carga
fervientemente y sobretodo en el discurso lingüístico, en la palabra, en tramas
psicologuitas, en estilos de actuación stanislavskiano, ha pegado muy fuerte en
la Argentina, y otras estéticas teatrales, como la Grotowskiana o la del propio
Kantor no han tenido suficiente emergencia. Sea por un tema de gustos, por
cuestiones culturales, o porque el mercado instala esa estética como la
hegemónica (o, por qué no, debido a que el realismo es la estética preferencial
de la clase media, que sabemos que es la que más va al teatro y la que lo ha
vuelto desde hace tiempo sobretodo un lugar a donde va a verse a si misma, va a
ver algo parecido a su realidad. SUMAMENTE INTERESANTE DEBATE que no viene a
cuento en esta reseña).
Por todo lo que acabo de decir me es difícil decir de qué se trata,
por eso apelo a como uno sale si sabe aprovechar lo que el espectáculo va:
trastornado, como cuando se tiene una pesadilla. Con el subconsciente y la imaginación
abierta de un tajo, para gracia del espíritu artaudiano.
La fantasmal cita es en el Teatro IFT (Boulougne Sur Mer 549), sábados
20:00 hs, ÚLTIMAS 5 FUNCIONES, A NO PERDÉRSELA.
Actores: Marcelo
Roitman, Leandro Martin Lopez, Emilce Rotondo, Agostina Greco, Sasi Crowe.
Dirección, dramaturgia
y puesta en escena: Claudio Gatell.
Vestuario y
escenografía: Mariana Cirulli.