Por Yamila
Pérez
Evalúo con la mirada a las tres
personas en la habitación, esperando que estén lo suficientemente concentradas
en sus cosas como para no notar que yo me iba de aquí. Por un lado: Vanina, la
típica chica idiota que ni siquiera tiene aire en la cabeza y su vida depende
de su aspecto, siempre sexy según
ella, está maquillándose frente al espejo de la habitación, comúnmente. Por
otro lado, están mi hermana, Brenda, y su supuesta mejor amiga, Florencia, a la
que no duda en despellejar su vida social de la manera más cruel posible: los
chismes, tampoco vacila a la hora de pedirle una revisión bucal a fondo al
novio de Florencia, quizás no solamente bucal. Sé que no estoy dando una muy
buena presentación de mi hermana, a pesar de que es eso, mi hermana, pero la mayoría
de las amistades de hoy en día son así. No es de extrañar. Así que no la
juzguen, porque en todo caso, el novio actual de Florencia, Alejo, es el ex de
Brenda del que, aunque no lo acepte, sigue enamorada. Por lo tanto, si han de
criticar a alguien, critiquen a Alejo porque fue él quien en un principio
coqueteaba a Florencia mientras estaba con Brenda, y hace lo mismo ahora con la
otra. La naturaleza de los adolescentes es así, lamentablemente, por eso es que
yo misma no me siento como una. Sí, está bien, yo tengo quince años recién
cumplidos por lo que no soy la viva voz de la experiencia y tal vez a mí no me
pasen estas cosas como a mi hermana por el hecho de que ella tiene 20 años y,
en vez de ser más responsable que lo era de más joven, no lo es, como la
mayoría. Pero no creo que me lleguen a suceder, no creo que vaya a haber mucha
“adrenalina” en mi vida, por el simple hecho que prefiero, por ejemplo, pasar
la noche de un sábado con la compañía de un buen libro en mi casa que pasarla
con la compañía del alcohol, con adolescentes borrachos y en quién sabe dónde.
Mi vida es tranquila. Yo soy tranquila porque me gusta serlo, me gusta
disfrutar la vista de un bello atardecer o caminar por las calles sintiendo el
frío viento otoñal helándome las mejillas, no me gusta perder mi vida viendo la
televisión u obsesionándome con el Facebook,
me gusta pasar el tiempo sola, sin escándalos, no con personas bulliciosas
revoloteando a mi alrededor. Me gusta el control y la calma, no el descontrol y
el caos.
Sin embargo, está noche de Viernes no
podré tener lo que quiero. Y al ver como Brenda perfora la oreja de Florencia
con una aguja (espero que por el bien de Florencia la haya esterilizado antes),
revolviéndome el estómago con esa vista tan desagradable ya que todas esas
cosas me dan demasiada impresión, sé que eso sólo es un augurio de lo que
vendrá. Así que hago lo que tanto quiero hacer y mi instinto me pide: intentar
huir; y avanzo a pasos veloces y grandes hacia la puerta, esperando no llamar
la atención.
-¡Luz! –escucho el llamado de Brenda
pero no me detengo, en vez de eso, corro los pocos pasos que me faltan para
llegar a la puerta.
No lo logro. Siempre fui mala en la
gimnasia y la velocidad no es mi fuerte, todo lo contrario. De hecho ni eso ni
nada que tenga que ver con los deportes es mi fuerte. Por lo que los delgados y
huesudos brazos de Vanina no tardan en rodearme y retenerme antes de que llegue
a tocar el picaporte.
-¡No quiero! –exclamo, tratando de
soltarme de su agarre.
-¡Luz, dale! No seas miedosa –me pide
Brenda pero tanto ella como yo sabemos que está pidiendo demasiado.
El miedo es algo presente en mí en
demasiada cantidad, al igual que los nervios. Todo me asusta. Todo me pone
nerviosa.
-¡No quiero! –repito- ¡Mamá! –grito
con fuerza, esperando que ella haga su función de madre y venga en mi rescate.
Pero ella no viene y yo me canso de
estar agitándome de un lado para otro en los huesudos brazos de Vanina que se
me clavan en el estómago, así que me quedo quieta y me encorvo un poco hacia
adelante, obligándola a ella hacer lo mismo al ser mucho más alta.
Ah, sí. Soy de baja estatura. Desde
los 12 años que no crezco y no es como si a esa edad hubiera sido la más alta
de mi clase tampoco, mucho menos ahora lo soy. Mi estatura se quedó estancada
en el metro cincuenta y se rehúsa a avanzar. Creo que fue un efecto colateral
del Danonino. Siempre solía tomarlo
porque, como toda niña inocente de doce años, me creía todo lo que pasaban en
la televisión (en esa época aún la miraba): si una propaganda decía que tomando
tal cosa iba a poder volar, yo iba y lo tomaba, esperando ansiosa el súper
poder que la supuesta bebida me daría. Pero nunca me pasó nada de eso. Es más,
todo lo contrario. Empecé a tomar Actimel
que alardea de reforzar las defensas y sólo tuve que tomarlo dos veces para
ganarme la gastritis de mi vida (demasiado desagradable); empecé a tomar el
yogurt con cereales de la Serenísima y
creo que pachorra estableció una
tiranía en mi organismo; y, como ha de esperarse, empecé a tomar Danonino y el metro cincuenta no me
abandono en ninguno de estos años. Así que, Dinosaurio
del Danonino, hubieras desaparecido con todos los demás de tu raza cuando
cayó el meteorito. Y te hubieras llevado tu tonto y farsante Danonino contigo. ¿Ven? No vean la tele.
Es todo mentira, te carcome la cabeza y te mata la imaginación.
Dejo de pensar en mis traumas
infantiles cuando veo el rostro enfadado de Brenda aparecer frente a mí:
-Hoy a la mañana me prometiste que si
jugarías –reclama.
-¡No prometí nada! Vos hoy viniste y
me exigiste que juegue, nunca me dejaste que conteste –respondo indignada.
Brenda suspira y le hace una seña a
Vanina para que me suelte. Antes de que pueda hacer un nuevo intento de huir,
me rodea los hombros con uno de sus brazos, encaminándome hacia el centro de la
habitación.
-Luz, te prometo que no va a pasar
nada. –me susurra al oído- No hay de que asustarse. La mayoría de las veces en
la que lo hemos hecho, la ouija no se movió ni un centímetro.
-¿Entonces porque quieren seguir
haciéndolo? –cuestiono deteniéndome en el lugar al llegar al centro del cuarto.
Giro hacia Brenda, encarándola, y me cruzo de brazos.
Ella se encoge de hombros.
-Es una especie de tradición. Lo
hacemos todos los días antes de salir a alguna fiesta o bar.
-Su tradición, no mía. –refuto.
-Si pero Anahí no puede venir y se
juega de a cuatro. Nos falta una –insiste y al seguir viendo mi negación,
agrega:-Luz, en serio, te prometo que nada va a pasar, ¿si?
Me quedo unos segundos mirándola
fijamente, directo a los ojos. Finalmente, suspiro, asintiendo con la cabeza
resignadamente. La convicción es algo que desconozco por completo, algo de lo
que siempre carecí. No hace falta mucho esfuerzo para que alguien me convenza
de algo, y menos aún por el hecho de que no sé decirle “no” a las personas.
Aunque sea algo que en verdad no quiera hacer, como esto.
Brenda sonríe ampliamente mientras yo
me siento en el alfombrado del piso, corre al ropero para sacar la caja que
contiene el tablero y la ouija y se sienta frente mío. Florencia se sienta junto
a mí, del lado izquierdo, y no puedo quitarle los ojos de encima cuando ella se
saca con lentitud la aguja de Brenda y la deja en el piso antes de ponerse en
su lugar un arete. Vanina apaga la luz de la habitación y se apura a sentarse a
mi lado derecho. Entretanto mi hermana acomoda el tablero en el centro de la
ronda, ella prende unas velas grandes, rojas, y nos pasa una a cada una para
que la pongamos en la alfombra frente nuestro.
-Bien –dice Brenda cuando ya está todo
listo –Pongan el dedo índice de la mano izquierda en la ouija.
Rápidamente, ella y sus amigas hacen
lo dicho. Yo me tardo unos segundos, vacilando, pero termino haciendo lo
pedido. Las tres sonríen emocionadas. Yo quiero salir corriendo.
-Empecemos –murmura Brenda -¿Hay algún
espíritu aquí?
Nunca entendí porque todos los que
juegan a esto, empiezan con esa pregunta. ¿Qué? ¿Es una regla más del juego?
¿Por qué no otra pregunta? ¿Qué tal un “hola” o cualquier otra cosa? Si recibes
una respuesta o no, te darás cuenta si hay o no un espíritu de todas maneras.
La ouija no se mueve, permanece
firmemente quieta en su lugar, sin desplazarse un solo centímetro de allí. Y
puedo sentir como el aire me vuelve, como un peso invisible desaparece de mis
hombros y toda la tensión y el miedo escapa de mi cuerpo. Sin embargo, la
satisfacción no me dura mucho porque, repentinamente, la ouija comienza a
moverse lentamente hacia el “SI” de
letras mayúsculas inscritas en una de las esquinas del tablero.
-Alguna lo está moviendo, ¿no?
–pregunto, alzando la vista hacia las demás pero ninguna me responde, todas
están demasiado concentradas en ver la ouija y entiendo esa respuesta como una
negativa a mi cuestionamiento. Inmediatamente, las manos empiezan a sudarme y
las piernas me tiemblan.
-¿Sos un espíritu malo o bueno?
–cuestiona está vez Florencia.
La ouija no se mueve y todo queda en
silencio. Espero que la ouija no se desplace nuevamente, que de repente las
tres empiecen a reír y me digan que era una broma (de mal gusto pero broma en
fin), pero eso no pasa, continúan viendo fijamente la ouija, esperando algo.
Un escalofrío me recorre la espalda y
siento la mirada de alguien clavada en mí pero lo dejo pasar, convenciéndome
que sólo debe ser fruto de mi imaginación por mi temor a estás cosas.
De repente, escuchamos una sutil risa
desde algún lugar de la habitación, sobresaltándonos a las cuatro. Y, de un
momento a otro, las velas se apagan aunque no hay nadie que las sople; la
ventana se abre fuertemente, provocando un ruido estruendoso al chocar contra
la pared contraria, pero no hay viento a pesar de que estemos en medio del
otoño; ni alguien que prenda y apague las luces de la habitación. Grito. Las
cuatro gritamos fuertemente, aturdiéndonos los oídos y aun así puedo seguir
escuchando aquella escalofriante risa. Y a pesar de que sé que una vez que se
empieza, no se puede salir sin el permiso del espíritu, eso no me importa en lo
absoluto. Quito mi dedo de la ouija y apoyo las manos en el piso, sintiendo
inmediatamente un fuerte pinchazo en el dedo índice de la mano izquierda. Me
pongo de pie rápidamente, alzo la mano para ver la razón del dolor y me
horrorizo al encontrarme con la aguja con la que Florencia se hizo el piercing clavada en mi dedo. La saco
rápidamente. Diminutas gotas de sangre recorren parsimoniosamente el dedo y
caen sobre el tablero. Ignoro el dolor y corro hacia la puerta.
-¡Luz! –me llama Brenda, agarrándome
por el brazo.
Me suelto de su agarre bruscamente y
volteo para gritarle en la cara:
-¡No! ¡No voy a seguir jugando a esto!
–los ojos se me llenan de lágrimas, ¿he dicho ya que soy demasiado miedosa?
-¡Vos prometiste que no pasaría nada! –le recrimino.
Sé que mi hermana no esperaba que nada
de esto sucediera al igual que las demás pero igual me enfado con ella porque
yo no quería jugar a esto, ella me obligó sabiendo el miedo que todo esto me
da.
Cierro la puerta sonoramente y me voy
con pasos veloces a mi habitación. Y cuando ya estoy en mi cuarto, escondida en
la seguridad de mi cama y protegida por las frazadas, sigo sintiendo la mirada
de alguien fija en mí y puedo oír débilmente aquella escalofriante risa.