Texto de opinion
TEATRO
ISABELINO
De Shakespeare y su cercanía.
Por Tomás Rodríguez
A
Shakespeare se le tiene miedo, pánico, una especie de respeto sacro que no hace
más que evitar que lo conozcamos realmente. La cultura, a menudo traidora, nos
lo ha vendido como un escritor “alto, impoluto, un autor universal, un clásico
siempre vigente, exquisito, un british gentleman
al que hay que leer con los guantes puestos”. Y no es cierto.
Es
interesante, siempre interesante, el debate entre “lo culto” y “lo popular”.
Ambas impresiones culturales tienen, en mi opinión, una imagen errada de la
otra. Parece haber unas ansias inexplicables por “alejarle” a Shakespeare al
gran público, pintando al bardo británico como un escritor casi “para
intelectuales”. Ese pedestal que nos lo deja lejos a Shakespeare es opuesto a
la cercanía original de su teatro y, cuando digo cercanía, me estoy refiriendo
a una cercanía además de conceptual o intelectual, a una cercanía proxémica.
No olvidemos que la característica fundamental
de un texto teatral es que ha sido escrito para ser representado, es decir, es
un texto para la acción. Y su lectura se completa, en realidad, encima de un
escenario o espacio escénico.
Para
comprender cabalmente la popularidad de Shakespeare (entendiendo por “popular”
que es “relativo al pueblo”, “que está relacionado con el pueblo”) debemos revisar
las condiciones esceno-técnicas según las cuales estos textos fueron pensados.
Para eso, hay que remontarse al siglo XVI, encontrarnos con el Shakespeare que escribía
y dirigía sus obras en el teatro El Globo (el cual aun está en pie a orillas
del Támesis, y el cual se sigue usando como teatro). En primer lugar, no
existía esa concepción de escritor o dramaturgo que escribe la obra de teatro
en la soledad de su estudio, mucho antes de que haya actores o un director o
una compañía dispuesta a llevar adelante la obra. No. El drama isabelino es casi un libreto televisivo, seguramente
escrito para determinados actores, en función de sus capacidades y hasta de
protagonismo (empieza en esta época la concepción de actor estrella).
Las
funciones eran llevadas a cabo durante la tarde con luz natural, recordemos que
no había luz eléctrica en ese momento y, por lo tanto, no había capacidad técnica para jugar dramáticamente con la luz, ni
hacer efectos lumínicos, ni resaltar algo en particular. El escenario era un
tablado de no más de 30 mts². Por lo
tanto, debido a las condiciones lumínicas y espaciales, el tipo de actuación
era sobretodo ejecutada de la cintura para arriba, se valoraba, por sobre todas
las cosas, la potencia de la voz de los actores para hacerse escuchar y su
gestualidad (quizás hasta exagerada). Esto generaba que el drama descansara
sobretodo en el texto. El teatro isabelino es un teatro escrito más para ser
escuchado que para ser leído. Los actores “contaban” lo que pasaban, más de lo
que lo “actuaban”. Pero, además, los teatros eran lugares donde se comía, se
bebía, e incluso, aunque no muchos lo saben, los espectadores se entregaban a
sus instintos sexuales en plena función (se sabe que muchas mujeres salían embarazadas
del teatro). Poca luz, poco espacio, la tensión dramática descansando sólo
sobre el texto, ¿Qué podemos sacar como conclusión de esto? ¡Los textos deben
ser atrapantes y divertidos para el espectador, y deben de llamar su atención! Y Shakespeare no es un intelectual
snob que escribe para gente que analiza rigurosamente su “intelecto” leyendo
sus textos en clases magistrales para pocas personas: ¡El teatro Shakesperiano
es la telenovela del siglo XVI! Es divertido y dramático, y tiene tensión,
momentos cómicos, debates políticos, momentos de acción, escenas
grandilocuentes e intimidad, variaciones en el tono y en el ritmo, hay
traidores, enamorados, villanos, bufones: el teatro debe tenerlo todo para
poder captar la atención del espectador. Es posible que haya tenido hasta
números musicales, de baile o de canto interviniendo en la acción. Y es una
verdadera lástima que esto no quede claro a la hora de acercarse a este genio
del teatro.
Las funciones, por aquellos días,
duraban seis horas: nadie representa hoy día los textos completos del bardo inglés,
son adaptaciones y versiones, algunas mejor hechas que otras (interesante y
grande es la audacia del director Carlos Rivas en la puesta que realizó de Hamlet junto a su esposa, la gran
Gabriela Toscano, donde el texto era representado casi íntegramente pero con un
ritmo que lo volvía llevadero). Esta es otra de las razones por las cuales los
textos debían de tener todo tipo de golpes de impacto, y hasta se sabe que los
vestuarios de los personajes debían de ser por cierto llamativos, además de que
las actuaciones eran tipificadas: el malo era “el malo”, el enamorado era “el
enamorado” y el personaje cómico un autentico bufón.
Para comprender lo que digo respecto a
la estructura en golpes de impacto, nos alcanza con abrir Coriolano y descubrir cómo es cada escena que transcurre. Comienza
“In medias res”, o sea, con la acción empezada para introducir directamente al
espectador en el conflicto (estos conflictos eran propios de la época).
Conocemos a Coriolano por su actitud de militar orgulloso, pero también por las
cosas que los personajes dicen de él. Pasamos de esta escena de pueblo a una
escena en la esfera política, en el Senado de Roma. Luego a la casa de Coriolano,
donde conversan su madre y su esposa: escena íntima, esfera privada del
personaje con abundante descripción costumbrista, el tono ha cambiado
completamente del debate político a mostrarnos la vida hogareña del
protagonista. Y tenemos hacia el final de la obra una típica escena cómica
entre los criados de Aufidio y Coriolano, para finalizar de una forma trágica,
con el castigo de Coriolano por alta traición a Roma (no me detendré aquí en
los detalles de la trama de la obra, con el fin de ceñirme al propósito de
comentar lo variable que es el tono a lo largo de ésta, y de cualquier forma es
una obra que puede conseguirse y de lectura recomendable).
El escenario, salido de la pared en
forma de pasarela hacia el patio donde se amontonaba la gente, al contrario de
lo que pasa en nuestros días, en los que tenemos un escenario metido adentro de
la pared, permitía que los espectadores estuvieran cara a cara con los actores, que pudieran acaso hasta tocarlos, y
esta cercanía era hasta explotada dramáticamente: imaginemos cómo deben de haberse
percibido las escenas sanguinarias, de desmembramiento, violaciones,
asesinatos, de Tito Andrónico, teniendo al público tan cerca. Seguido de esto,
había chistes y pasos de comedia de los mismos personajes que hacía un momento
habían enterrado sus puñales en la carne de sus víctimas. Hay todo un análisis
de cómo se mezcla la violencia con la comicidad en el teatro isabelino.
Luego de estos datos, y eso que no me
detengo a hablar sobre las tramas de estas obras isabelinas, ¿no queda claro
que Shakespeare y todos sus contemporáneos, escribían para el pueblo? No se debe permitir que la cultura cristalice a
nuestros genios en lugares rígidos, intentemos verlos tal cual eran: quizás, no
tan lejanos como nos quieren hacer creer.