lunes, 6 de mayo de 2013

TEATRO ISABELINO


Texto de opinion
TEATRO ISABELINO

De Shakespeare y su cercanía.

 Por Tomás Rodríguez


A Shakespeare se le tiene miedo, pánico, una especie de respeto sacro que no hace más que evitar que lo conozcamos realmente. La cultura, a menudo traidora, nos lo ha vendido como un escritor “alto, impoluto, un autor universal, un clásico siempre vigente, exquisito, un british gentleman al que hay que leer con los guantes puestos”. Y no es cierto.
Es interesante, siempre interesante, el debate entre “lo culto” y “lo popular”. Ambas impresiones culturales tienen, en mi opinión, una imagen errada de la otra. Parece haber unas ansias inexplicables por “alejarle” a Shakespeare al gran público, pintando al bardo británico como un escritor casi “para intelectuales”. Ese pedestal que nos lo deja lejos a Shakespeare es opuesto a la cercanía original de su teatro y, cuando digo cercanía, me estoy refiriendo a una cercanía además de conceptual o intelectual, a una cercanía proxémica.
 No olvidemos que la característica fundamental de un texto teatral es que ha sido escrito para ser representado, es decir, es un texto para la acción. Y su lectura se completa, en realidad, encima de un escenario o espacio escénico.
Para comprender cabalmente la popularidad de Shakespeare (entendiendo por “popular” que es “relativo al pueblo”, “que está relacionado con el pueblo”) debemos revisar las condiciones esceno-técnicas según las cuales estos textos fueron pensados. Para eso, hay que remontarse al siglo XVI, encontrarnos con el Shakespeare que escribía y dirigía sus obras en el teatro El Globo (el cual aun está en pie a orillas del Támesis, y el cual se sigue usando como teatro). En primer lugar, no existía esa concepción de escritor o dramaturgo que escribe la obra de teatro en la soledad de su estudio, mucho antes de que haya actores o un director o una compañía dispuesta a llevar adelante la obra. No. El drama isabelino es casi un libreto televisivo, seguramente escrito para determinados actores, en función de sus capacidades y hasta de protagonismo (empieza en esta época la concepción de actor estrella).
Las funciones eran llevadas a cabo durante la tarde con luz natural, recordemos que no había luz eléctrica en ese momento y, por lo tanto, no había capacidad técnica para jugar dramáticamente con la luz, ni hacer efectos lumínicos, ni resaltar algo en particular. El escenario era un tablado de no más de 30 mts². Por lo tanto, debido a las condiciones lumínicas y espaciales, el tipo de actuación era sobretodo ejecutada de la cintura para arriba, se valoraba, por sobre todas las cosas, la potencia de la voz de los actores para hacerse escuchar y su gestualidad (quizás hasta exagerada). Esto generaba que el drama descansara sobretodo en el texto. El teatro isabelino es un teatro escrito más para ser escuchado que para ser leído. Los actores “contaban” lo que pasaban, más de lo que lo “actuaban”. Pero, además, los teatros eran lugares donde se comía, se bebía, e incluso, aunque no muchos lo saben, los espectadores se entregaban a sus instintos sexuales en plena función (se sabe que muchas mujeres salían embarazadas del teatro). Poca luz, poco espacio, la tensión dramática descansando sólo sobre el texto, ¿Qué podemos sacar como conclusión de esto? ¡Los textos deben ser atrapantes y divertidos para el espectador, y deben de  llamar su atención! Y Shakespeare no es un intelectual snob que escribe para gente que analiza rigurosamente su “intelecto” leyendo sus textos en clases magistrales para pocas personas: ¡El teatro Shakesperiano es la telenovela del siglo XVI! Es divertido y dramático, y tiene tensión, momentos cómicos, debates políticos, momentos de acción, escenas grandilocuentes e intimidad, variaciones en el tono y en el ritmo, hay traidores, enamorados, villanos, bufones: el teatro debe tenerlo todo para poder captar la atención del espectador. Es posible que haya tenido hasta números musicales, de baile o de canto interviniendo en la acción. Y es una verdadera lástima que esto no quede claro a la hora de acercarse a este genio del teatro.
Las funciones, por aquellos días, duraban seis horas: nadie representa hoy día los textos completos del bardo inglés, son adaptaciones y versiones, algunas mejor hechas que otras (interesante y grande es la audacia del director Carlos Rivas en la puesta que realizó de Hamlet junto a su esposa, la gran Gabriela Toscano, donde el texto era representado casi íntegramente pero con un ritmo que lo volvía llevadero). Esta es otra de las razones por las cuales los textos debían de tener todo tipo de golpes de impacto, y hasta se sabe que los vestuarios de los personajes debían de ser por cierto llamativos, además de que las actuaciones eran tipificadas: el malo era “el malo”, el enamorado era “el enamorado” y el personaje cómico un autentico bufón.
Para comprender lo que digo respecto a la estructura en golpes de impacto, nos alcanza con abrir Coriolano y descubrir cómo es cada escena que transcurre. Comienza “In medias res”, o sea, con la acción empezada para introducir directamente al espectador en el conflicto (estos conflictos eran propios de la época). Conocemos a Coriolano por su actitud de militar orgulloso, pero también por las cosas que los personajes dicen de él. Pasamos de esta escena de pueblo a una escena en la esfera política, en el Senado de Roma. Luego a la casa de Coriolano, donde conversan su madre y su esposa: escena íntima, esfera privada del personaje con abundante descripción costumbrista, el tono ha cambiado completamente del debate político a mostrarnos la vida hogareña del protagonista. Y tenemos hacia el final de la obra una típica escena cómica entre los criados de Aufidio y Coriolano, para finalizar de una forma trágica, con el castigo de Coriolano por alta traición a Roma (no me detendré aquí en los detalles de la trama de la obra, con el fin de ceñirme al propósito de comentar lo variable que es el tono a lo largo de ésta, y de cualquier forma es una obra que puede conseguirse y de lectura recomendable).
El escenario, salido de la pared en forma de pasarela hacia el patio donde se amontonaba la gente, al contrario de lo que pasa en nuestros días, en los que tenemos un escenario metido adentro de la pared, permitía que los espectadores estuvieran cara a cara con los actores, que pudieran acaso hasta tocarlos, y esta cercanía era hasta explotada dramáticamente: imaginemos cómo deben de haberse percibido las escenas sanguinarias, de desmembramiento, violaciones, asesinatos, de Tito Andrónico, teniendo al público tan cerca. Seguido de esto, había chistes y pasos de comedia de los mismos personajes que hacía un momento habían enterrado sus puñales en la carne de sus víctimas. Hay todo un análisis de cómo se mezcla la violencia con la comicidad en el teatro isabelino.

Luego de estos datos, y eso que no me detengo a hablar sobre las tramas de estas obras isabelinas, ¿no queda claro que Shakespeare y todos sus contemporáneos, escribían para el pueblo? No se debe permitir que la cultura cristalice a nuestros genios en lugares rígidos, intentemos verlos tal cual eran: quizás, no tan lejanos como nos quieren hacer creer.
 

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