jueves, 13 de junio de 2013

Cuentos de allí y allá: Un buen día [Por Camila Ballar]

Cuentos de allí y allá
Un buen día

Por Camila Ballar
Twitter: Cam del espacio

- Hoy será un buen día ¿no cree usted? – replicó aquel gordo y calvo hombre, vestido de oficina que se encontraba a mi lado, en la espera de la llegada del tren.
Ese alegre y optimista hombre. Siempre odié a la gente idiotamente feliz, nunca entendí  la razón de aquella alegría distante a la realidad. Como sea, ese sonriente energúmeno me había estado arruinando mis jornadas con su cantito estúpido y petulante. Era como si ese comentario rutinario y matutino bloqueara mi accionar del resto del día. Ese hombre me sacaba de quicio.
Yo, como era de costumbre desde hace meses –cuando mi auto se descompuso y me vi obligado a viajar en tren y así tuve la dichosa desgracia de cruzarme con este hombre- llegué al andén con mi traje desalineado, mi pelo revuelto y una ojeras espantosas que resaltaban en mi cutis extremadamente pálido. Solo deseaba no encontrarme con aquel gordo, pero no, ahí estaba, para arruinarme el día, como era ya común. Cuando él dijo su línea (como si pensase que diciendo eso se convertiría en un confidente mío) yo respondí con una apatía resonante:
-¿Y qué tiene de bueno?
-Sabe usted, va a llegar el día en que despierte felizmente, como yo. La dicha es contagiosa, se dice.
Lo ignoré. No quería que mi día empeorase más, siendo encarcelado por asesinato de este gordo tarados. Así que simplemente lo ignoré. Al fin, arribó el tren, me subí y procuré sentarme bien lejos de él.
Ya pasadas varias horas, mi día se había vuelto un infierno y la oficina estaba peor que nunca. Por lo que perdí toda concentración y comencé a divagar. Había quedado repicando en mí lo que el gordo pesado del andén había dicho. No lo entendí, me pareció tonto, aunque pudiera tener razón, quien sabe realmente.
Esa noche, llegué a casa molido. Sin embargo, no me sentía tan miserable como siempre, me sentía extraño. No odiaba a nadie; ni a mi jefe, ni a mis colegas, ni a mis clientes… ni siquiera al maldito gordo del andén. Pensé que tal vez estaba por contraer gripe, así que me eché a dormir. Increíblemente, dormí como nunca antes.
A la mañana siguiente, me levanté con el mismo sentimiento extraño: ahora me recorría todo el cuerpo. Me sentía distinto, enérgico, y para mi sorpresa, me había levantado temprano. Así que tuve tiempo de desayunar y engalanarme, cosa que hace meses no sucedía. Luego, salí de casa.
La vida parecía sonreírme. Raro. Crucé la calle y llegué a la boletería de la estación. Después de haber sacado mi boleto, llegué al andén, pero no veía al gordo por ningún lado. Eso también era raro. Pasados los diez minutos, lo vi llegar; sería mi Apocalipsis. Pero no, su expresión en la cara me dijo que algo debía de pasarle. Estaba pálido, con unas ojeras muy llamativas, y hecho un esperpento. En lo que lo observaba, él se paróme al lado.
- Hoy será un buen día, ¿No cree usted? – Le dije inconcientemente.

- ¿Y qué tiene de bueno? – Me respondió.
 

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