Cuentos de allí y allá
Un buen día
Por Camila Ballar
Twitter: Cam del espacio
- Hoy será un
buen día ¿no cree usted? – replicó aquel gordo y calvo hombre, vestido de
oficina que se encontraba a mi lado, en la espera de la llegada del tren.
Ese alegre y
optimista hombre. Siempre odié a la gente idiotamente feliz, nunca entendí la razón de aquella alegría distante a la
realidad. Como sea, ese sonriente energúmeno me había estado arruinando mis
jornadas con su cantito estúpido y petulante. Era como si ese comentario
rutinario y matutino bloqueara mi accionar del resto del día. Ese hombre me
sacaba de quicio.
Yo, como era de
costumbre desde hace meses –cuando mi auto se descompuso y me vi obligado a
viajar en tren y así tuve la dichosa desgracia de cruzarme con este hombre-
llegué al andén con mi traje desalineado, mi pelo revuelto y una ojeras
espantosas que resaltaban en mi cutis extremadamente pálido. Solo deseaba no
encontrarme con aquel gordo, pero no, ahí estaba, para arruinarme el día, como
era ya común. Cuando él dijo su línea (como si pensase que diciendo eso se convertiría
en un confidente mío) yo respondí con una apatía resonante:
-¿Y qué tiene
de bueno?
-Sabe usted, va
a llegar el día en que despierte felizmente, como yo. La dicha es contagiosa,
se dice.
Lo ignoré. No
quería que mi día empeorase más, siendo encarcelado por asesinato de este gordo
tarados. Así que simplemente lo ignoré. Al fin, arribó el tren, me subí y
procuré sentarme bien lejos de él.
Ya pasadas
varias horas, mi día se había vuelto un infierno y la oficina estaba peor que
nunca. Por lo que perdí toda concentración y comencé a divagar. Había quedado
repicando en mí lo que el gordo pesado del andén había dicho. No lo entendí, me
pareció tonto, aunque pudiera tener razón, quien sabe realmente.
Esa noche,
llegué a casa molido. Sin embargo, no me sentía tan miserable como siempre, me
sentía extraño. No odiaba a nadie; ni a mi jefe, ni a mis colegas, ni a mis
clientes… ni siquiera al maldito gordo del andén. Pensé que tal vez estaba por
contraer gripe, así que me eché a dormir. Increíblemente, dormí como nunca
antes.
A la mañana
siguiente, me levanté con el mismo sentimiento extraño: ahora me recorría todo
el cuerpo. Me sentía distinto, enérgico, y para mi sorpresa, me había levantado
temprano. Así que tuve tiempo de desayunar y engalanarme, cosa que hace meses
no sucedía. Luego, salí de casa.
La vida parecía
sonreírme. Raro. Crucé la calle y llegué a la boletería de la estación. Después
de haber sacado mi boleto, llegué al andén, pero no veía al gordo por ningún
lado. Eso también era raro. Pasados los diez minutos, lo vi llegar; sería mi
Apocalipsis. Pero no, su expresión en la cara me dijo que algo debía de
pasarle. Estaba pálido, con unas ojeras muy llamativas, y hecho un esperpento.
En lo que lo observaba, él se paróme al lado.
- Hoy será un
buen día, ¿No cree usted? – Le dije inconcientemente.
- ¿Y qué tiene
de bueno? – Me respondió.