viernes, 26 de abril de 2013

TRAGEDIA GRIEGA

TRAGEDIA GRIEGA

Las voces de los antiguos nos hablan

Por Tomás Rodríguez

El género de la tragedia en Grecia tiene origenes remotos y hasta inciertos. No se sabe, hasta el día de hoy, si fue nacido de los rituales y festividades griegas como la comedia, o si fue una invención pura de la ciudad de Atenas. Lo cierto es que aquellas grandes tragedias siguen representándose hoy sobre los escenarios del mundo, aun cuando estemos hablando de textos del siglo V a. c.

Pero ¿dónde radica la actualidad de las tragedias? ¿Qué es una tragedia? ¿Por qué decimos que algo es “trágico”? “Tragedia” viene del griego tragedia, o sea “macho cabrío” o “danza del macho cabrío”, el animal al cual se acostumbraba sacrificar en honor a los dioses para que estos fueran buenos con los hombres. Tenemos un primer elemento: un sacrificio. ¿Sacrificio para qué? Para mantener la benevolencia de los dioses, para mantener la armonía y la paz. Para resguardar el orden. En la mayoría de las obras trágicas hay una muerte que sirve para expiar la mancha sobre el orden.
Claro, aparece la figura del héroe ya que todas las tragedias cuentan con ellos. Hoy en día le llamamos héroe a cualquier persona que hace el bien por otros, o que salva a algún indefenso de algún mal. Pero en una tragedia griega el concepto es muy distinto al que nosotros manejamos: los héroes trágicos, según dice Aristóteles, no deben de ser “ni buenos ni malos”, sino que han de ser parecidos a los seres humanos, llenos de virtudes, llenos de vicios. ¿Por qué? El espectador de una tragedia griega debe identificarse con el héroe, o sea, hacer catarsis, con el fin de que el espectador pudiera expiar todas sus pasiones destructoras y sus vicios en las tragedias.
Pero ¿dónde radica la vigencia de las tragedias? En su gran tema de carácter político: ¿hasta dónde mi accionar es legítimo y hasta dónde estoy cruzando el límite que se me impone y que no puedo cruzar?
Antígona, hija de Edipo, pierde a sus dos hermanos, Etéocles y Polinices, en una guerra en la que ambos se enfrentan, uniéndose Polinices a los enemigos de Corinto (su ciudad natal) para pelear contra su hermano, convirtiéndose así en alto traidor a su ciudad. Creonte, gobernante de Corinto, ordena que se sepulte a Etéocles con honores y que el cuerpo de Polinices quede sin sepultura, tal como marca la ley de Corinto. Antígona desafía a Creonte, y entierra a escondidas el cuerpo de su hermano Polinices, ya que según ella existe una ley, otra ley, la de los antiguos dioses subterráneos, a los cuales la familia de Antígona venera. Ambas legitimidades, la religiosa y la política, entran en conflicto. Creonte, furioso, condena a muerte a Antígona, y es entonces donde Tiresias, el adivino, le advierte que su furia es excesiva y que los dioses no aprueban ese tipo de desbordes. “¡Mentiroso, charlatán!” le grita Creonte a Tiresias, y desobedece su advertencia. Minutos después Creonte se entera de que su hijo Hemón, prometido de Antígona, se suicida al no poder salvarla de la condena de su padre; más tarde, Eurídice, su madre, se suicida del dolor que le causa la muerte de su hijo. Ambos, Creonte y Antígona, son culpables de transgredir dos tipos de leyes, y ambos pecan de furia y soberbia, sentimientos que se castigan duramente por los dioses. Las muertes regresan a la ciudad al orden original.
En momentos como los que el mundo vive hoy, de crisis, tensión, amenazas de guerra, la humanidad vuelve siempre a esos textos antiguos para que nos respondan cuál es nuestro límite y cómo podemos volver al orden. 

 

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