¿Cómo hacer teatro hoy? Algunas ideas
para reflexionar.
Por Tomás Rodríguez
Aburrido,
ridículo, serio, solemne. Teatro. Un actor o varios representando un personaje
que está escrito, guiándose por “lo que dice en el texto”. Imagino a un
adolescente de nuestros tiempos, a uno cualquiera, ni siquiera a uno que
particularmente se sienta interesado por todo esto. ¿Se imaginan la tortura de
ese pobre muchacho contemplando algo que no tiene nada que ver con él? Que no
tiene nada que ver con los dibujos, series, programas de humor que mira, que no
tiene nada que ver con el sentido de su época o con la velocidad o dinamismo de
sus tiempos. En fin, ¿se imaginan a ese chico observando un teatro “que no
compite” con el resto de los estímulos que él frecuenta? ¿Se lo imaginan aprendiendo
algo yendo a ver un Hamlet, dicho lenta y exageradamente, con capa larga de
terciopelo negro (típico de un típico Hamlet)? “Me aburre” dice el pibe, y lo
perdemos para siempre nosotros los teatristas.
Escribo
esto que no se si tiene que ver específicamente con el teatro, o más bien con
la sociedad y la cultura, o con preguntarme qué políticas tomar para hacerle
frente a los prejuicios con los cuales un chico se enfrenta a manifestaciones
culturales (lo enfrentan, mejor dicho).
¿Por qué
hacemos teatro? ¿Por qué otra vez Hamlet? ¿Por qué de nuevo un Moliere? ¿Un
Beckett? ¿Un Lorca? ¿Un Florencio Sánchez? ¿Para qué? ¿Tiene sentido aburrir a
un chico con las viejas y poco interesantes formas? ¿Es el teatro sólo “lo que
está escrito en el papel”? El papel es la parte más chiquita de una obra de
teatro. Son los huecos que lo circundan aquello donde el teatro palpita, y en
esos abismos oscuros que esperan que se los ilumine es donde puedo seducir al
espectador del siglo XXI, que nada tiene que ver con lo que le pasaba al
espectador del momento donde se originó la obra. El espectador del teatro
isabelino vivía en estado permanente de alerta debido a los levantamientos de
los señores feudales en contra de Isabel I, y veía en las obras ejemplos de
conducta, de lo que el orden es y de cómo se paga romper con el orden y la
armonía. ¿Tiene esto que ver con, por ejemplo, un vecino de Quilmes? ¿Sí? ¿No?
¿En qué?
¿Cómo debo
contarle “El Burgués Gentilhombre” a un chico de hoy? Me pregunto por qué
tenemos miedo a preguntarnos cómo impactar al espectador de la actualidad, y
esta pregunta es interesante sobre todo para alguien de aquí, de Quilmes, donde
la gente que hace teatro (con la mejor buena voluntad) muchas veces cree que
porque no se cuenta con dinero o porque es una producción amateur de barrio o
provincia no es una oportunidad para explotar (aunque sea intentarlo desde la
inexperiencia) todos los lenguajes posibles de una puesta en escena.
¿Es falta
de respeto o una graso error actualizar
una obra? Hamlet fue escrito para el espectador
del siglo XVI en Londres, un hombre que no tenía computadoras o teles, tampoco
radios ni música pop, tampoco efectos con luces robotizadas, ni luz eléctrica,
ni demasiados otros entretenimientos populares además del teatro. Uno hasta
podía pensar que era más fácil sorprender en ese momento que ahora, después de
todo, antes no había un Harry Potter o un Blade Cazador de Vampiros. Imaginemos
una función escolar para chicos de secundaria de Hamlet. Ejemplo:
¿Por dónde
le entro a este pibe? ¿Por dónde? ¿Cómo lo convenzo, cómo lo seduzco, cómo
atrapo sus sentidos, su atención, cómo involucrarlo? ¿Cómo hacer que el
espectador de hoy entienda qué quiso decir originalmente ese texto? ¿Cuáles son
las equivalencias de esa historia con el hoy? ¿Hamlet será menos Hamlet porque
le ponga un jean roto y un despeinado pelo lleno de espray? Eso se ve más
reconocible, más parecido al hoy. Hablemos claro, sin solemnizar ni declamar, veamos
qué pasa. El teatro no es un hecho arqueológico. Necesita renovarse
permanentemente. ¿Se bancará la gente hoy una obra de seis horas como lo era
Hamlet cuando se estrenó? La versiono, hago una versión de una hora y media,
busco lo que más me interesa, lo más importante. Basta de hacer descansar la
magia en la palabra: busquemos acción, movimiento. Cosas que en el texto no
estén. ¡El texto no está completo, señores! Y ha sobrevivido en el océano del
tiempo hasta llegar a las costas de nuestros días, y debemos agregar, resinificar,
porque el mundo ha cambiado, porque la forma de mirar ha cambiado, porque hoy
el teatro se ha convertido en diversión de sólo un porcentaje de aquella masa
que tuvo antes y que hoy ha remplazado el teatro por el cine (aunque el teatro
no muera jamás). Si aprendemos a adaptar los textos a nuestra forma, a nuestro
tiempo y ritmo, dejaremos de aburrir. Jean Genet, hombre de teatro, decía: “¿Cómo
pretenden que la gente ame lo que les queda lejos?”. Tendremos más espectadores
si demostramos que el teatro aún puede competir en el mundo de las emociones y estímulos,
ganaremos si demostramos que en este mundo donde nos bombardean de imágenes
todo el tiempo y nos invaden películas de efectos especiales, el teatro aún
tiene algo que decir. No seamos ridículos, plomos, aburridos: hinchapelotas.
Basta de joderme con los versos de un autor de hace 600 años, hagan que la esencia de Hamlet explote sobre mi cara,
aquí y ahora. ¿Acaso esperamos temer, amar, llorar y conmovernos por las mismas
cosas que él, una persona de hace 600 años? Los que quieran decir “ya” y ver
pasar ante sus ojos una historia que sea siempre igual a sí misma, tienen el
cine, arte que se filma una vez y permanece congelado hasta el fin de los
tiempos. Para todo lo demás, preguntémonos por qué Fuenteovejuna sigue siendo interesante. Escribo este ambivalente
articulo lleno de preguntas con la esperanza de que los teatristas de Quilmes y
de la Capital, de todas las edades, sobre todo los que quieren que cada vez el
teatro signifique más para más gente, abandonen sus bajas pretensiones y quieran
hacer del teatro lo que de verdad es: un maravilloso quilombo que le da un tiro
al espectador en la cabeza mientras la obra dure.