lunes, 5 de agosto de 2013

Calígula

Teatro
Sobre la audacia.

Por Tomás Rodríguez

Calígula (Damián Iglesias) acecha a Macro (Bruno Pedicone)
“Más audaz, provocadora y actual que nunca” se ha dicho por ahí de la nueva puesta de “Calígula”. Sobretodo varios diarios y portales. Al igual que “transgresor”, “provocador”, “audaz”, y otras palabras parecidas han estado muy en boga últimamente. Cuando eso pasa en general las palabras llegan a un punto en el que, si no se las usa adecuadamente, pierden su valor. Reflexionemos juntos qué quiere decir cada uno de estos términos:

Audaz: valiente, osado, atrevido.

Transgresor: Se aplica a la persona que actúa en contra de una ley, una norma o una costumbre.

Provocador: incitador, camorrista, pendenciero.

Recordemos que esta obra fue estrenada por Pepe Cibrián en el año 1983, año en que vuelve la democracia a la republica, y en el que hablar de los excesos y locuras de un tirano autoritario era hablar del horror que durante los años de la dictadura militar se había vivido. Un poder oscuro y aterrador se adueñaba de la vida de las personas, y “Calígula” denunciaba los abusos del poder, la locura del gobernante autoritario, además de que su contenido erotismo (y hasta homoerotismo) explícito la convertían en una enorme provocación.
 “Calígula” narra la historia y los acontecimientos más importantes de la vida del peor emperador de Roma, Cayo Germánico, mejor conocido como “Calígula”, quien con tal solo diez y ocho años fundió Roma debido a sus excesos de diversa naturaleza. La obra de por si no es fácil (no tiene por qué serlo). Quiero decir que no es un musical tradicional con principio, desarrollo y final que suele ser llevadero, haga reír o llorar.  El texto no tiene una estructura típica, es más bien un desfile de situaciones oscuras de la vida del imperator, donde se refleja la corrupción, la lujuria, la violencia, la mentira y sobretodo (al menos en la versión original del musical ya que esta vez lo han retocado) la estupidez del pueblo romano (espejo del pueblo argentino) que cree que eligen un líder que satisfacer sus demandas pero que los conducirá a la ruina. Lo difícil de juzgar las obras de Cibrián Mahler, es que son dos creadores que han generado un público adepto, que acepta una determinada estética, sobre todo en lo actoral, área de la que Cibrián es responsable de gestionar como director. Hay algo de lo declamatorio y lo impostado, de la mano agitada en el viento para remarcar y subrayar, algo que va entre lo Shakespeareano y lo Lorquiano, que tiene que ver con el estilo de la dupla. Sin embargo, esta vez no se ve el acostumbrado manejo de Cibrián sobre los actores.
La pitonisa (Karina Saez) es la encargada de transmitir el mensaje de la obra: "todo vuelve a empezar"
Es cierto que un brillante Leandro Gazzia compone a Claudio, tío de Calígula, tenido como bufón de la corte, con un manejo de la corporalidad arrollador, su cuerpo pareciera ser uno con una enorme túnica con la que se mezcla y se vuelve ese ser encorvado, jorobado, y torpe que Claudio tiene la desgracia de ser. Pero luego, lo vemos a Damián Iglesias. Iglesias es imponente de por sí, posee un físico privilegiado, y el maquillaje realza unos ojos gatunos que le dan un toque animal a su emperador romano, una criatura tirana, feroz, loca, pero también tierna y sexy. Sin embargo, Iglesias empieza dando la sensación de que no sabe bien porque hace lo que hace (me refiero al actor, no al personaje) y se lo percibe desconflictuado, exagerado, poniendo la “sonrisa loco” en el momento pautado y el “temblor epiléptico” cuando hay que hacerlo. Es una pena que su interpretación no sea pareja a lo largo de la obra, siendo Iglesias un intérprete que ha probado su potencial en otras obras musicales de la dupla Cibrián-Mahler. Es cierto que mejora conforme pasan las escenas y se va convirtiendo en ese ser amenazante que necesitamos que sea. Termina la obra e Iglesias, con su hermosa voz y su sensual corporalidad, nos ha dejado conformes, más no satisfechos.
Calígula padece su destino


Los mismos problemas de actuación se repiten en casi todos los roles, con excepciones. La gran Gabriela Bevacqua esta impresionante en esa Drusila sexual, devota y celosa del amor incestuoso hacia su hermano Calígula. Pero considero que los demás son víctimas de malas decisiones, todos en un tono de actuación impostado que, como sabemos los que conocemos a Pepe Cibrián como creador, tiene que ver con un estilo y una estética particular. No me parece mal, es una cuestión de estilo… hasta que ese estilo interfiere con una buena actuación. Los actores están presos de una partitura actoral que les queda áspera. Sea porque no se sienten cómodos con ella, o porque no logran hacer carne de ese código establecido, o por lo que fuere. La peor víctima de ese código no del todo afirmado en la escenas es el propio Iglesias, quien obtiene lo mejor de su interpretación no en la solemnidad que no parece darle como actor nada sólido como de donde agarrarse, si no cuando se relaja, cuando parece hablar en un tono más cercano al suyo, más “como habla uno”. Ahí, en esa naturalidad, el texto y la obra ganan vida y fuerza, y no al contrario, cuando la forma la asfixia. Todo esto pone a la obra lejos del espectador. Es penoso, hay mucha emotividad y no siempre logra llegar del otro lado del escenario, debido a esa gran muralla que es la forma acartonada.
Calígula y Claudio (Leandro Gazzia)
¿La obra es larga? Sí, pero su densidad no es culpa del texto (que es interesante) si no de la puesta y de los errores en la dirección. Además, en esta ocasión Cibrián ha optado por hacer modificaciones, entre ellas, cercenar de la obra un aspecto importante desde su dramaturgia original: la responsabilidad política del pueblo de Roma, el peso ético que tiene las malas decisiones de los pueblo cuando eligen corruptos para que estén a cargo del poder. En esta versión el pueblo está “demasiado avivado”, demasiado a la altura de lo maquiavélico que es Calígula y eso le resta tiranía al imperator, lo vuelve “débil”, Calígula está desinflado, no parece estar “Por encima del pueblo que somete”, aunque hay que reconocer que el ensamble de fabulosos bailarines,  es sensual, bello y seductor, y con su corporalidad resaltan esa Roma lujuriosa y excesiva, tan bien retratada por la famosa película de Tinto Brass sobre la vida del emperador. Si bien es cierto que el pueblo asume diversos papeles dependiendo de la escena, no hay un solo momento donde asuman el papel de víctima, víctima de la propia estupidez y de Calígula. Además, el ensamble está todo el tiempo en escena, cosa que dificulta generar momentos distintos entre sí, sumado a que Calígula se mimetiza demasiado con ellos, convirtiéndose en un bailarín más por momentos, y el vestuario de René Diviú, que como concepto es interesante, sexy y anacrónico, muchas veces no ayuda al emperador a diferenciarse de los otros, cosa que me parece capital si se quiere hablar de tamaño “hombre-bestia”. Volviendo un minuto con el tema vestuario, no es la primera vez que Cibrían apuesta por vestir a los personajes con ropas en su mayoría oscuras, que oscilan entre lo sugerente y lo roto, mezcla de vestuario de época con media de red, cotas y mallas, peinado punk, botas, alguna que otra reminiscencia medieval. En esta oportunidad el vestuario va un poco más que otras veces hacia la época en donde transcurre realmente esta historia.
El teatro Konex, con su peculiar estructura de fabrica-depósito de aceites reconvertida en espacio teatral, es excelente si se pretende hacer entrar al espectador en el universo imponente que la obra debería tener. En el texto hay algo de fabril, de lugar lleno de objetos punzantes y ásperos, acaso plausible de tener manchas, líquidos. El escenario de la sala es también atípico, ambicioso, lleno de plataformas que se elevan sobre el piso del escenario, compuertas que se abren, huecos. No estoy seguro de que el uso que se le dio sea el más adecuado. Todo sucede abajo, todo se mezcla abajo en el piso. ¿Por qué la coronación de Calígula no sucede arriba, por ejemplo? ¿O la aparición de Cesonia, su libidinosa esposa? ¿O la canción en donde Calígula se debate entre dormir o contemplar la luna? He leído miles de críticas de diarios importantes comentando sobre la “brillante utilización del espacio”. ¿Cuál es el criterio con el que se lo utilizó? Aun no lo sé. Había alturas, no se las uso. La pitonisa (que por otro lado, uno son termina de enterarse cuenta nunca de quién es) tiene su espacio privilegiado en un lejano trono arriba a la derecha bajo dos enormes manos que parecen de hierro. ¿Tiene la pitonisa tanta incidencia como para tener su rinconcito privado? ¿Si hay un trono no debería ser el de Calígula? Es posible que la lectura que se haya querido ofrecer sea la de que “el destino”, “la debacle”, o “la muerte” sean más grandes que el emperador, pero si esa fue la forma de poner eso sobre el escenario, se hubiera tenido que poner atención en todo lo que vengo diciendo.
Tiki Lovera en una Cesonia decadente y grotesca)


La iluminación es acertada, a cargo del propio Cibrián y Carlos Gaber, que generan climas efectivos a lo largo de la obra y muchas imágenes bellas y de impacto.
Ahora, quiero poner especial hincapié en esto último: en la obra hay desnudos. Los actores y bailarines se desnudan, Iglesias el primero al principio de la obra, develando un cuerpo que, no puede negarse, es digno de ser visto, y el desnudo final es sin lugar a dudas impactante y digno de ser aplaudido. Muy bien, se habla de esta obra como una obra audaz y provocadora, y no creo que lo sea. Creo que lo fue. Lo fue en 1983, lo fue en 2002, y quizás en su anteúltima temporada en el teatro Premier. Pero esta vez no. ¿Por donde pasa la audacia? ¿Por dónde el provocar? ¿Por donde la actualidad? No me parece que todo lo que acabo de mencionar tenga que ver con provocar. ¿Qué es provocar? ¿Un cuerpo desnudo es provocar? ¿El sexo es provocar? ¿Vestuarios anacronicos es provocar? ¿Es actual esta obra por tener todo eso? ¿Es audaz? Se podría haber hecho con togas y columnas romanas y sin embargo esta obra hubiera rebosado de vitalidad llevada de otro modo, porque lo vital, lo audaz, lo provocador, lo actual, no pasan por estos lugares, por el desnudo, por el vestuario que mezcla épocas, porque los actores se toquen entre sí, porque haya escenas de sexo. Audacia es hablar de la libertad, que peligra como seres similares a Calígula que, como la frase leitmotiv de la obra lo indica, “existen y existirán por los siglos de los siglos”, ya que “todo vuelve a empezar”. Menos intentos grandilocuentes por alcanzar la “audacia”, “la polémica”, “la provocación fácil” y concentrarnos en lo que si provoca. Y ahí, sí, alcanzaremos un teatro audaz, una mirada audaz, una visión audaz, una experiencia audaz. Pero primero ocupémonos que el cuento funcione lo mejor que se pueda, la audacia vendrá después.
Confío en que más tarde, Calígula resucitará con toda su ferocidad y tiranía, en una puesta realmente audaz, sobretodo porque Pepe Cibrián y Ángel Mahler son grandes creadores, aun que está vez no haya sido su apuesta mejor hecha.  No es audaz, porque no recupera ese atrevimiento que supo tener; no es transgresora, porque sus puntos flacos hacen que se diluya su “Ir en contra”, no es provocador ni camorrero, no nos pega, no nos trastorna. Qué interesante sería tapar a Calígula y a su corte lujuriosa, naturalizar su forma de hablar, y subirlo. Subirlo a un pedestal y dejarlo fluir en su locura y su placer por generar terror, porque eso es la obra; más allá de un desnudo, más allá de declamar, más allá. Vayamos más allá, encontraremos la audacia.
 Si desean verla, apuren: solo quedan dos semanas.
La cita es en el Centro Cultural Konex, jueves y viernes 20.30 hs., sábados 21 hs. y domingos 20 hs.


FICHA TECNICA:

Calígula: Damián Iglesias
Quereas: Diego Rodriguez 
Mnester: Nicolas Perez Costas
Claudio: Leandro Gazzia
Drucila: Gabriela Bevacqua
Cesonia : Tiki Lobera
Pitonisa: Karina Saez
Macro: Bruno Pedicone
Esclavo: Joan Ramis / Juan Damián Benitez
Elenco: Veronica Pacenza – Cristian Pantanali – Marina Gaud Arena – Gonzalo Quevedo – Agustín Perez Costa y Caterina Carrara.
Libro y letra: Pepe Cibrián Campoy
Música y orquestaciones: Angel Malher
Diseño de Vestuario y Escenografía : Renee Diviu
Diseño de Luces: Pepe Cibrián Campoy y Carlos Gaber
Coordinación de dirección: Eric Baez
Prensa: Patricia Brañeiro
Fotografía : Ignacio Lunadei
Ingeniería de sonido: Osvaldo Malher

Dirección General: Pepe Cibrián Campoy









 

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