sábado, 24 de agosto de 2013

Party Monster, de Fenton Bailey y Randy Barbato

Money. Success. Fame. Glamour.
Por Tomás Rodríguez

Macaulay Culkin
¿Qué tienen en común Macaulay Culkin, el asesinato, la droga y la noche neoyorkina de los años 80? Party Monster. Una historia real, basada en la novela Disco Bloodbath sobre el ascenso y caída de una de las figuras de la diversión nocturna en la historia de New York, el "King of the Club Kids", un grupo de personalidades de la noche neoyorkina famosos por sus exagerados y extravagantes disfraces, sus excesos en el consumo de drogas, pero sobretodo su hambre voraz por divertirse y por las fiestas, acaso víctimas de un entorno familiar chato que no los entiende y como subcultura que son, inventan sus símbolos y celebraciones y viven felices hasta que la burbuja estalla.


En el año 2003, los realizadores Fenton Bailey y Randy Barbato (Dos simpáticos locos fundadores de World of Wonder Company) reconstruyeron en un film el universo bizarro y borderline de las discotecas ochentosas de NY para contarnos la truculenta (y llena de brillantina) historia de Michael Alig, uno de los RR.PP. más populares de aquel entonces, quien, como Culkin dirá en la película encarnándolo, quería crear su propio mundo: uno donde la diversión durará para siempre. Así, un poco actor, un poco estrella, un poco mago, viaja desde su lugar natal a la gran ciudad y conoce a James St. James (quien será el autor y testigo de Disco Bloodbath), otro gran promotor de fiestas quien lo introduce en la dinámica de la vida nocturna. La vida de Michael será un abanico variopinto de brillo, música, sensaciones psicodélicas, estados alterados de consciencia (drogas), un despertar sexual travieso y cachondo, y luego, la caída y el ocaso que toda estrella enfrenta cuando los excesos están a la orden del día. La película también relata eso, cómo esas vidas brillantes, glamorosas, llenas de fama y de elogios que las rodean, finalmente arden un momento, antes de ceñirse de sombras. El brillo ha sido quizás no otra cosa que una mentira agradable y pasajera; y la película, que empieza siendo (y continúa siéndolo casi hasta su conclusión) un laberinto de color, música y divertido desparpajo, del cual uno no puede no disfrutar, termina en asesinato. (Tranquilos, neuróticos del “no me cuentes el final”, la película lo anuncia desde el comienzo.) La historia comienza narrada por Michael y James siendo ya ambos amigos de parranda, quienes nos hablan a cámara y se disputan el protagonismo (en alguna forma, Michael logra robarle el estrellato a James a lo largo de la película aprendiendo de él, como un alumno aprende de un maestro, aunque James tendrá hacia el final de la película su venganza: presten atención cuando al principio diga “Avancé en mi novela, ya tengo dos páginas” a modo de broma.)

Un párrafo aparte nos merece la hechicera interpretación de Culkin, aquel nene rubio y tierno que veíamos cuando éramos chicos burlar a una pareja de ladrones en Mi Pobre Angelito. Acá, la transformación nos da quizás algo de impresión: Culkin parece trabajar durante toda la película la imagen y la sensación de estar aturdido por la droga y la decadente frivolidad de esa vida salida de eje que James y Michael llevan con tanto orgullo. Lo de verdad abyecto, es que la historia de Michael se confunde con la de su intérprete: ambas estrellas transitaron el ascenso y el descenso, aunque por caminos distintos. La ternura y la alegría del nene incomprendido que queda solo en casa durante Navidad, se convierte en un monstruo, un freak, que empieza siendo sensacional y luego es solo eso: un monstruo. Perdido, sin capacidad de respuestas, pero que no parece querer (o incluso poder) encontrarlas. Solo se suelta en ese laberinto drogadicto. Qué increíble lo cerca que quedan la infancia angelical y el exceso muchas veces fatídico, pero absolutamente seductor.


La película obtuvo malas críticas (sí, se hablará con audacia de la mala recepción que tuvo esta película, pero ustedes deberán confiar y verla con esperanza de ser conmocionados, porque sepa, estimada audiencia: la crítica ha cometido enormes asesinatos innecesarios, no le den todo el crédito del mundo), siendo considerado su exhibición de lujo kitsch y tedioso, y hay algo cierto en esto: la película nos mete en ese mundo colorido y desbordante, y si lo vemos desde la perspectiva del cine típico o más cerca de los formatos clásicos, esto puede ser tedioso, falto de objetivo y agotador. Es una de esas películas "camp", que a quien le llame la atención lo harán por su forma y estética (que encierra contenido, y es contenido), no tanto por los acontecimientos que informa. Si bien la película fue un fracaso, Robert Ebert, un crítico del Chicago Sun-Times coincidió conmigo (o yo coincidí con él) dándole cuatro de cinco estrellas y elogiando la interpretación de Culkin, llamándola “falta de miedo”, y alegando que la película si bien carece de visión, nos hace sentir tristes y vacíos, no por el protagonista, si no por nosotros mismos, y que “...Tal vez, así tenía que ser.”

"Una era en que los valores son el dinero,  éxito, fama y glamour."
Estas cosas llaman la atención: Party Monster pretende mirar más allá de cierta ansia de lujo y frivolidad, entender vacíos personales y la búsqueda de satisfacer emociones igualmente vacías. Quizá muchos de los que vean esta obra (sobre todo los jóvenes) envidiarán por un momento a sus protagonistas. Las drogas, esos disfraces llamativos con los que caminan libremente por las calles hacia las fiestas donde son reyes de la noche, provocan, aunque a la vez generen aversión. Existe una sensación sedosa en querer traspasar los límites razonables, y el filme lo explota todo el tiempo. Nos hace cómplices del fárrago de sus personajes, igual que las divas y estrellas que tienen caprichos y desmesuras, que en el marco de la ética cuestionaríamos.

Las estrellas, ni piensan, ni se miden, ni cuestionan: brillan, y las amamos por eso. Las estrellas, una bola de gas que arde a millones de kilómetros de nosotros, nos encandila con su brillo e invita a admirarla en el cielo nocturno y bailar a su ritmo. Hasta que se apague, por consumirse a sí misma. Son esas existencias exaltadas, eyectadas hacia a algún lugar, cayendo hacia delante, a donde sea, y que carecen de fondo o base, las que dan envidia. Porque tener base, tener fondo, es tener entonces límites. Eso gusta, es necesario, pero al mismo tiempo, un enorme bajón.

Marilyn Manson
La Perlita 1: Es imperdible la aparición de Marilyn Manson haciendo de una drag queen totalmente pasada de rosca.








Seth Green

La Perlita 2: James St. James es interpretado por Seth Green, el hombre-lobo de Buffy, la Cazavampiros.







Por último, quizá no sea ético alentar el alcoholismo desde una crítica cinematográfica, pero un vaso con vodka mezclado con alguna cosa a gusto podría ser un excelente compañero para este film (el crítico a cargo habla por experiencia). Sentirán un horror incómodo, el filme oscila entre la apología del desenfreno y una bajada de línea moralista en el acto de exhibir el oscuro final de Alig, pero antes de eso reírán, sonreirán, y se divertirán al son de la dinámica bolichera junto a aquellos fenómenos travestidos e ilimitados. Porque tal vez, lo grande que deja como sensación esta obra, es que la caída lógica de aquel que no sabe detenerse, no inválida el camino glamoroso que ha transitado. En la vida se puede perder todo, menos el brillo.

Para mayor información sobre estos dos locos que han reventado tanto en el celuloide como en la vida real, no se pierdan Party Monster: The Shockumentary.

 

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