Por Tomás Rodríguez
Macaulay Culkin |
En el año 2003, los realizadores Fenton Bailey y Randy Barbato (Dos simpáticos locos fundadores de World of Wonder Company) reconstruyeron en un film el universo bizarro y borderline de las discotecas ochentosas de NY para contarnos la truculenta (y llena de brillantina) historia de Michael Alig, uno de los RR.PP. más populares de aquel entonces, quien, como Culkin dirá en la película encarnándolo, quería crear su propio mundo: uno donde la diversión durará para siempre. Así, un poco actor, un poco estrella, un poco mago, viaja desde su lugar natal a la gran ciudad y conoce a James St. James (quien será el autor y testigo de Disco Bloodbath), otro gran promotor de fiestas quien lo introduce en la dinámica de la vida nocturna. La vida de Michael será un abanico variopinto de brillo, música, sensaciones psicodélicas, estados alterados de consciencia (drogas), un despertar sexual travieso y cachondo, y luego, la caída y el ocaso que toda estrella enfrenta cuando los excesos están a la orden del día. La película también relata eso, cómo esas vidas brillantes, glamorosas, llenas de fama y de elogios que las rodean, finalmente arden un momento, antes de ceñirse de sombras. El brillo ha sido quizás no otra cosa que una mentira agradable y pasajera; y la película, que empieza siendo (y continúa siéndolo casi hasta su conclusión) un laberinto de color, música y divertido desparpajo, del cual uno no puede no disfrutar, termina en asesinato. (Tranquilos, neuróticos del “no me cuentes el final”, la película lo anuncia desde el comienzo.) La historia comienza narrada por Michael y James siendo ya ambos amigos de parranda, quienes nos hablan a cámara y se disputan el protagonismo (en alguna forma, Michael logra robarle el estrellato a James a lo largo de la película aprendiendo de él, como un alumno aprende de un maestro, aunque James tendrá hacia el final de la película su venganza: presten atención cuando al principio diga “Avancé en mi novela, ya tengo dos páginas” a modo de broma.)
Un párrafo aparte nos merece la hechicera interpretación de Culkin, aquel nene rubio y tierno que veíamos cuando éramos chicos burlar a una pareja de ladrones en Mi Pobre Angelito. Acá, la transformación nos da quizás algo de impresión: Culkin parece trabajar durante toda la película la imagen y la sensación de estar aturdido por la droga y la decadente frivolidad de esa vida salida de eje que James y Michael llevan con tanto orgullo. Lo de verdad abyecto, es que la historia de Michael se confunde con la de su intérprete: ambas estrellas transitaron el ascenso y el descenso, aunque por caminos distintos. La ternura y la alegría del nene incomprendido que queda solo en casa durante Navidad, se convierte en un monstruo, un freak, que empieza siendo sensacional y luego es solo eso: un monstruo. Perdido, sin capacidad de respuestas, pero que no parece querer (o incluso poder) encontrarlas. Solo se suelta en ese laberinto drogadicto. Qué increíble lo cerca que quedan la infancia angelical y el exceso muchas veces fatídico, pero absolutamente seductor.
"Una era en que los valores son el dinero, éxito, fama y glamour." |
Las estrellas, ni piensan, ni se miden, ni cuestionan: brillan, y las amamos por eso. Las estrellas, una bola de gas que arde a millones de kilómetros de nosotros, nos encandila con su brillo e invita a admirarla en el cielo nocturno y bailar a su ritmo. Hasta que se apague, por consumirse a sí misma. Son esas existencias exaltadas, eyectadas hacia a algún lugar, cayendo hacia delante, a donde sea, y que carecen de fondo o base, las que dan envidia. Porque tener base, tener fondo, es tener entonces límites. Eso gusta, es necesario, pero al mismo tiempo, un enorme bajón.
Marilyn Manson
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Seth Green
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La Perlita 2: James St. James es interpretado por Seth Green, el hombre-lobo de Buffy, la Cazavampiros.
Por último, quizá no sea ético alentar el alcoholismo desde una crítica cinematográfica, pero un vaso con vodka mezclado con alguna cosa a gusto podría ser un excelente compañero para este film (el crítico a cargo habla por experiencia). Sentirán un horror incómodo, el filme oscila entre la apología del desenfreno y una bajada de línea moralista en el acto de exhibir el oscuro final de Alig, pero antes de eso reírán, sonreirán, y se divertirán al son de la dinámica bolichera junto a aquellos fenómenos travestidos e ilimitados. Porque tal vez, lo grande que deja como sensación esta obra, es que la caída lógica de aquel que no sabe detenerse, no inválida el camino glamoroso que ha transitado. En la vida se puede perder todo, menos el brillo.
Para mayor información sobre estos dos locos que han reventado tanto en el celuloide como en la vida real, no se pierdan Party Monster: The Shockumentary.