jueves, 4 de julio de 2013

Cuentos de allí y allá: Beatriz y yo

Por Ariadna  Beatriz Riccitelli 

Blog: Corazón desfragmentado clamante de piedad



Me sigue a todas partes. Cuando llueve, ella está ahí. Cuando caigo, ella está ahí. ¿Por qué, Beatriz, por qué?
 Me gustaría comprender el sarcasmo resultante de todo lo que susurra siempre que sus pupilas se dilatan -y se vuelven profundas, profundas y oscuras como las mías-. Me gustaría adentrarme en ellas, debilitadas, para de una vez sentir lo que siente cuando me ve al otro lado del cristal. Pero no me deja, no. No me deja entrar. No deja entrar a nadie, a diferencia de mí que quizás me asemeje demasiado a un libro entreabierto, uno de esos fragmentos de literatura que tienen una que otra página amarilla, rota, cubierta de sangre o de lágrimas.
 La verdad nunca se la conté a Beti, y es que me canso de dar vueltas en una espiral de recuerdos inconclusos y de que ella se esconda tras una cortina de nimiedades de otros tiempos (léase cristianismo). O quizás nos vea sepia y lo que la realidad refleja es un renacimiento espiritual que tanto parecen necesitar nuestras almas manchadas.
 Yo la veo a ella como una parte de mí, como mi otra mitad... Como mi propia oscuridad, que me acecha, me cubre de a poco, despacio, y no me deja ir. Nunca me deja ir... De todas formas tampoco quiero que se aleje, que me deje sola en este espacio tan vacío que algunos llaman cerebro, mente, alma. A veces quiero pasar un tiempo conmigo misma, pero al segundo recuerdo que ella es toda yo, y yo soy enteramente todo lo que puedo creer y vislumbrar de su esencia. Su mirada penetrante y ambigua se clava en mis omóplatos, formando unas alas hechas de teclas de piano, que se asemejan a un bosque que se deshace y nos provoca mareos matutinos -y vespertinos también-
 A Beti le gusta revolotear entre pétalos de jengibre, mientras que yo soy partidaria de un buen mate-cocido, mucha azúcar y un eterno y -como dicen ahora- vueltero Kafka sobre mis rodillas. Aunque ella y yo también tenemos cosas en común. Las convulsiones existenciales, las volutas de humo que exhalamos no menos de 38 veces al día, la patafísica, los tatuajes absurdos, el jeringoso y las marcas de jeringas en la piel. También compartimos nuestras citas preferidas: "Cuántas veces me pregunto si esto no es más que escritura, en un tiempo que corremos al engaño entre ecuaciones infalibles y máquinas de conformismos". Ay, Julito. Cómo nos rompe la cabeza Julito. A Beti, el aplastamiento de las gotas le recuerda a mí. "No sé por qué será, quizás por la gracia con la que cae y se estrella" (cabe aclarar que la estoy citando a ella).
 Yo la quiero a Beti, sí que la quiero. Si no escucho su voz dentro de mí me siento vacía, al igual que ella. Pero nos consumimos la una a la otra, y tarde o temprano...
 ¿Qué es esto que habita dentro de mí, de ella? No es nada en concreto, pero sin embargo nuestras venas se metamorfosean en melodías desconocidas cada vez que resurge de entre las sombras. Beti y yo sabemos cuán lejos está, cuán profundo se aloja a veces en su interior que a la vez es el mío y se descompagina tanto. Ella a veces se toma un minuto para intentar masticarlo, y según me cuenta sabe a lo que fuimos alguna vez, a lo que creemos ser y a todo lo que nunca -siquiera por un día, por un segundo- seremos.
 También me dijo, una vez -me costó, sí que me costó, sonsacarle una respuesta- que aquello que habita en ella, en mí, aquello que es todo en lo que creemos y nada de lo que existe en realidad, forma espirales a nuestro alrededor, nos recorre de principio a fin, de pies a cabeza, y sabe todo lo que nosotras sabemos, y lo que no, lo sabe mucho más en detalle, en profundidad.
 Me dijo que sabe un poco a sangre... Y otro poco a nosotras dos.
 

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