viernes, 12 de julio de 2013

A 50 años de Rayuela

Por Ayelén R. Araujo

El 28 de junio de 1963 se imprimían los primeros ejemplares de Rayuela, la compleja novela de Julio Cortázar que se convertiría en símbolo cultural del boom latinoamericano y en canalizador de una época histórica de disconformidades sociales. Pero, sobre todo, Rayuela irrumpiría con la originalidad de su forma de lectura, de sus personajes, y se consagraría como, podría decirse, la obra cúlmine de Cortázar, coronada sobre los cuentos de finales redondos y desarrollo familiar y las narraciones de los queridos cronopios.

Rayuela estuvo dotada (y ahora también adquiere esa tonalidad) de una influencia social, sin ser un libro político. Esto se debe al modo exacto de captar el clima de la época (los ’60, con sus manifestaciones y recapitulaciones sobre cuestiones como la etnia, la guerra, etc.) y transformarlo en personajes que cuestionan los órdenes establecidos sin ninguna finalidad específica. También se observa la influencia de los lugares frecuentados por Cortázar a la hora de crear situaciones que se volverían míticas de la Maga, Rocamadour, y otros personajes que son un sello inconfundible de la obra cortazariana.
Es sabido (de hecho, es reconocida por eso) que la novela posee distintas formas de leerse, alterando el orden de los capítulos y dejando historias distintas. Puede leerse de continuado, alternando capítulos siguiendo una guía o, finalmente, en el orden que el lector desee. Por eso se dice que es el libro perfecto para llevar de compañía a una isla desierta.
Manuscrito de Rayuela, expuesto en la Biblioteca Nacional.

En conmemoración del 50 aniversario de la publicación de esta novela sublime, se realizaron actos, también con motivo del advenimiento del año Cortázar (2014) que celebra el centenario de su natalicio. Se irán reeditando sus obras, tarea que finalizará para el año que viene. También en otros países del mundo se realizaron actos conmemorativos a Rayuela y se preparan otros para el centenario del nacimiento de este escritor que a veces es nuestro orgullo (por la cantidad de tiempo que residió en nuestro país, si bien no nació en él), pero que realmente no se detuvo ante fronteras nacionales y, mucho menos, morales y lógicas. Un escritor que merece las conmemoraciones y hubiese merecido ser reconocido oficialmente en vida en más instancias, y no sufrir el destierro afectivo, quizás inducido por el temor a circunstancias políticas ante las que Julio aparecía como un peligro, precisamente, por su imaginación todo terreno.
 

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