Por Ayelén R. Araujo
El 28 de junio de 1963 se imprimían los
primeros ejemplares de Rayuela, la compleja novela de Julio Cortázar que se
convertiría en símbolo cultural del boom latinoamericano y en canalizador de
una época histórica de disconformidades sociales. Pero, sobre todo, Rayuela
irrumpiría con la originalidad de su forma de lectura, de sus personajes, y se
consagraría como, podría decirse, la obra cúlmine de Cortázar, coronada sobre
los cuentos de finales redondos y desarrollo familiar y las narraciones de los
queridos cronopios.
Rayuela estuvo dotada (y ahora también
adquiere esa tonalidad) de una influencia social, sin ser un libro político.
Esto se debe al modo exacto de captar el clima de la época (los ’60, con sus
manifestaciones y recapitulaciones sobre cuestiones como la etnia, la guerra,
etc.) y transformarlo en personajes que cuestionan los órdenes establecidos sin
ninguna finalidad específica. También se observa la influencia de los lugares
frecuentados por Cortázar a la hora de crear situaciones que se volverían
míticas de la Maga, Rocamadour, y otros personajes que son un sello
inconfundible de la obra cortazariana.
Es sabido (de hecho, es reconocida por eso)
que la novela posee distintas formas de leerse, alterando el orden de los
capítulos y dejando historias distintas. Puede leerse de continuado, alternando
capítulos siguiendo una guía o, finalmente, en el orden que el lector desee.
Por eso se dice que es el libro perfecto para llevar de compañía a una isla
desierta.
Manuscrito
de Rayuela, expuesto en la Biblioteca Nacional.
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En conmemoración del 50 aniversario de la
publicación de esta novela sublime, se realizaron actos, también con motivo del
advenimiento del año Cortázar (2014) que celebra el centenario de su natalicio.
Se irán reeditando sus obras, tarea que finalizará para el año que viene. También
en otros países del mundo se realizaron actos conmemorativos a Rayuela y se
preparan otros para el centenario del nacimiento de este escritor que a veces
es nuestro orgullo (por la cantidad de tiempo que residió en nuestro país, si
bien no nació en él), pero que realmente no se detuvo ante fronteras nacionales
y, mucho menos, morales y lógicas. Un escritor que merece las conmemoraciones y
hubiese merecido ser reconocido oficialmente en vida en más instancias, y no
sufrir el destierro afectivo, quizás inducido por el temor a circunstancias
políticas ante las que Julio aparecía como un peligro, precisamente, por su
imaginación todo terreno.